¿Te has preguntado alguna vez cómo se hacía antes para operar? ¿Qué les pasaba a los pacientes? En un artículo previo te hablamos sobre el valiente doctor Horace Wells, que experimentó en sí mismo los efectos del «gas hilarante».
En este post queremos investigar cómo llegamos a la anestesia, revisando el camino que siguieron médicos y científicos poco a poco, a través de la historia y de experimentos exitosos y fallidos, hasta dar con una sustancia que alivia o quita el dolor.
¿Cómo llegamos a la anestesia? La adormidera y la mandrágora
La adormidera (o «planta del opio») fue utilizada ampliamente en el mundo antiguo; los persas, los indios y los egipcios usaban narcóticos vegetales para adormecer a quienes, aterrorizados, se sometían a cirugías.
Hipócrates hacía uso de una «esponja soporífera» que impregnaba con un preparado de opio, beleño y mandrágora. Pero fue Dioscórides, otro médico griego, quien utilizó la palabra Anestesia en el sentido en el que hoy en día le damos -insensibilidad al dolor-, al describir los efectos de la mandrágora.
Por supuesto, al no haber sustancias que eliminaran la conciencia del dolor, los cirujanos debían convertirse en una especie de seres sordos e impávidos, para poder trabajar aun con los estridentes gritos de los enfermos. Aulus Cornelius Celsus, que escribió De Medicinae, definió al cirujano con las siguientes palabras:
«…debía tener mano firme, no vacilar nunca, siendo tan diestra la izquierda como la derecha, vista aguda y clara, aspecto tranquilo y compasivo, ya que desea curar a quienes trata y, a la vez, no permitir que sus gritos le hagan apresurarse más de lo que requieren las circunstancias, ni cortar menos de lo necesario. No debe permitir que las muestras de dolor del paciente causen la menor mella en él ni en lo que hace».
¡Menudo compromiso el de los buenos cirujanos! Y esto apenas era en el siglo I después de Cristo. Debían ser rápidos para infligir el menor dolor posible.
Era bastante usual que se elaboraran pócimas con mandrágora y vino, pues el alcohol fue también una sustancia de auxilio que ayudaba a hacer perder la conciencia.
La siguiente fase de cómo llegamos a la anestesia: Del vitriolo dulce al gas hilarante
En 1275 un médico español, Ramón Llull, experimentando con diversas sustancias químicas, obtuvo un líquido inflamable y muy volátil al que llamó vitriolo dulce. Siglos después, ya para el XVI, Paracelso hizo que unos pollos inhalaran esta sustancia y observó atónito que no solamente se dormían sino que no presentaban ninguna sensibilidad al dolor. Sin embargo, ni él ni el español probaron tal cosa en seres humanos.
Este vitriolo dulce no era más que éter, al que Frobenius en 1730 le dio el nombre por el que se le conoce actualmente, pero no sería sino 112 años después (en 1842) que se conocerían a cabalidad sus poderes anestésicos.
Pero como las grandes ideas e investigaciones corren muchas veces aparejadas, en 1772 otro científico, pero inglés, Joseph Priestley, descubría el óxido nitroso, un gas que se pensó podía ser letal incluso en muy pequeñas dosis. Para resolver tal incógnita, Humphry Davy, un químico e inventor británico, lo probó en sí mismo en 1799, y descubrió que lo hacía reír, razón por la cual lo llamó «gas hilarante». También describió sus posibles aplicaciones anestésicas pero nadie le hizo caso.
El «anestesiado» siglo XIX
Se hizo común el uso del éter y del gas hilarante en fiestas y presentaciones públicas, ferias y circos, en donde los voluntarios del público inhalaban estos gases por diversión. Un día, el joven médico Crawford W. Long, que acompañó a unos amigos al circo, observó que al tambalearse bajo los efectos del éter se habían lastimado las piernas, pero no parecían sentirlo. Enseguida pensó en el potencial quirúrgico.
Otro estudiante que participó en una de estas fiestas tenía dos tumores que quería que le extirparan y Long le propuso quitárselos con el éter. Este muchacho valiente se llamaba James Venable, y el 30 de marzo de 1842 Long lo operó sin que sintiera el más mínimo dolor. Fue todo un éxito del que, sin embargo, nada se supo hasta 1849.
En el artículo sobre Horace Wells te explicamos cómo este dentista se extrajo una muela bajo los efectos del óxido nitroso, en 1844.
Y en 1846 William Morton practicó otra cirugía usando éter, igual que Long, con la diferencia de que Morton hizo una demostración pública, que por lo demás tuvo un éxito increíble, en Estados Unidos y Europa.
Otros gases
Todos estos descubrimientos propiciaron investigaciones con otros gases, como el cloroformo, que fue descubierto en 1831, y a partir de 1847 fue el anestésico favorito de muchos hospitales. Con el cloroformo se comenzó a anestesiar a las parturientas dando excelentes resultados. La reina Victoria de Inglaterra fue anestesiada con cloroformo cuando tuvo al príncipe Leopoldo, y luego nombró sir al médico, en agradecimiento por haberle evitado los dolores de parto.
A pesar de que con el paso del tiempo se introdujeron otros anestésicos inhalatorios, como los etenos, tricloroetenos o ciclopropanos, el éter continuó siendo utilizado hasta 1960, y sustituido después por el halotano y otros, y más recientemente por el desfluorano, agentes muy potentes y no inflamables.
Tan importante ha sido la aplicación de la anestesia que se creó la anestesiología, que ha estudiado distintas maneras de lograr el coma farmacológico reversible en los individuos y sus posibles efectos secundarios.
Aunque también, por supuesto, ha tenido páginas negras. Como todos los descubrimientos humanos. Lee el tercer estado de conciencia, en donde una de 45.000 personas no cae bajo los efectos de la anestesia. O, si te ha interesado descubrir cómo llegamos a la anestesia, puedes también profundizar el tema con el curioso uso de los analgésicos en el pasado.