Ésta es una historia donde se unen la fantasía y la exuberancia de un ave extraordinaria, el ave del paraíso, que fascinó a conquistadores y zoólogos de su época.
La leyenda comienza en Sevilla
El 6 septiembre de 1522 la nao Victoria llegó a Sanlúcar de Barrameda, puerto de donde había partido tres años antes en una expedición conformada por cuatro naves más, 234 hombres y bajo el mando de Fernando de Magallanes. En la Victoria regresaban apenas dieciocho sobrevivientes, incluido su capitán, Sebastián Elcano, que acababa de completar la primera circunnavegación al globo y ahora remontaba el Guadalquivir, para llegar dos días después a Sevilla, donde descargaron el cargamento de especias y unas extrañas y hermosísimas pieles de aves.
Aves del paraíso, sin hueso, carne ni patas
Las pieles fueron un regalo para Elcano de un sultán de las Molucas, aunque las mismas procedían de otras islas que aún no habían sido visitadas por los europeos y próximas a la Terra australis incognita –futura Australia–, y estaban preparadas de tal manera que hicieron creer a los expertos de la época que eran parte de un animal sin carne ni huesos, un error que se mantendría por los siguientes trescientos años.
La leyenda fue iniciada por el cronista e historiador español Francisco López de Gómara, quien dijo: “Somos de la opinión de que estas aves se alimentan con el néctar de los árboles de las especias. Pero, sea como sea, hay algo que es un hecho, y es que nunca se descomponen”. A esta fantasía se le fueron agregando las de otros investigadores, que afirmaron que estos pájaros no se posaban nunca en tierra, que se alimentaban del rocío y que no tenían patas, por lo que Linneo clasificó una de las especies como Paradisaea
apoda, es decir, “sin pies”.
Naturalmente, hubo naturalistas que opinaron en contra de esta fantasía, entre ellos uno de los tripulantes y sobrevivientes del Victoria, Antonio Pigafetta, quien señaló que era usual en las Molucas preparar las pieles de aves de la manera como fueron presentadas las de las aves del paraíso. Pero las observaciones de esta clase fueron desoídas.
De la leyenda a la amenaza de extinción
El mito que rodeaba el plumaje de las aves del paraíso, aunado a su extraordinaria belleza, hizo que sus plumas fueran muy buscadas y cotizadas, y aunque ya en el siglo XIX el mito fue definitivamente descartado al capturarse especímenes completos en Nueva Guinea –de donde son principalmente- y Australia, su explotación inmisericorde continuó, llevándola al borde de la extinción.
Uno de los primeros estudiosos de estas aves, el inglés Alfred Russel Wallace, que exploró parte de Nueva Guinea entre 1858 y 1862, y fue el primero en llevar un par de especímenes vivos a Inglaterra, comentó, a propósito de la belleza de estas aves:
Pensé en los dilatados períodos del pasado en los que este ser fue evolucionando, de generación en generación, en los que, año tras año, llegaban al mundo nuevas aves del paraíso, crecían, vivían y morían… en selvas oscuras y sombrías donde ningún ojo inteligente reparaba en su hermosura. Y este abundante derroche de belleza me produjo gran extrañeza.
Por suerte, comenzaron a ser protegidas a partir de 1924, llegándose a prohibir incluso su conservación en cautiverio (a menos que fuera por razones científicas, o para ser mostradas en zoológicos), y hoy en día continúan volando, para nuestro deleite, unas cuarenta especies de aves del paraíso.
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