Hibakusha. Así llaman en Japón a los sobrevivientes de las bombas nucleares que detonaron sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Ambas bombas mataron a más de 200.000 personas y dejaron alrededor de 360.000 hibakusha (literalmente, “persona bombardeada”), a los que les tocó lidiar, además de las secuelas físicas y mentales, con el rechazo y el temor por parte del resto de la población.
Parte de ese rechazo tuvo que ver con el hecho de que se sabía muy poco sobre los efectos de la radiación en los seres humanos y existía el temor a contagios inexistentes, o a la trasmisión hereditaria de las malformaciones producidas por la radiactividad.
Imaginen ahora la historia de Tsutomu Yamaguchi, el doble hibakusha, el hombre que sobrevivió a dos ataques nucleares.
El doble sobreviviente
Tsutomu Yamaguchi, con 29 años, vivía en Nagasaki, donde trabajaba como ingeniero para la corporación Mitsubishi, y que durante el verano de 1945 lo envió a sus instalaciones en Hiroshima. Su labor en esta ciudad culminó el 6 de agosto, y mientras se preparaba para volver a casa escuchó un avión y…
“uno solo. Lo vi en el cielo, lanzó dos paracaídas. Los observé descender y de repente fue un gran flash en el cielo y luego salté por los aires. Cuando abrí los ojos, todo estaba oscuro. Pensé que había muerto, pero la oscuridad se abrió y me di cuenta de que estaba vivo».
Tsutomu se salvó porque se encontraba a 3 kilómetros del sitio sobre el que estalló Little Boy, como bautizaron los estadounidenses a la bomba que barrió con 70.000 vidas ese día. Sufrió daños en los oídos –reventaron sus tímpanos– y quemaduras en los brazos, y en medio de la devastación general lo dejaron marchar a su casa.
Llegó a tiempo para ver cómo su ciudad natal, Nagasaki, era barrida el 9 de agosto por otra bomba, Fat Man. “Creí que el hongo atómico me había seguido hasta aquí”.
Nuevamente se salvó porque se encontraba a 3 kilómetros del blanco de la bomba, y esta vez resultó sin ninguna herida física.
Los siguientes años debió vivir con las secuelas de los bombardeos: pérdida de la audición en el oído izquierdo, caída temporal del cabello y heridas que tardaron años en sanar; aún así podía considerarse afortunado en comparación con otras víctimas y tomando en cuenta que sobrevivió a dos ataques nucleares.
Llevó una vida discreta, sin hablar de estos hechos, hasta que cumplió ochenta años y decidió contar la historia de esos días de agosto en su autobiografía. Esta publicación lo dio a conocer, filmaron un documental sobre su vida, fue invitado a conocer el edificio de las Naciones Unidas en Nueva York y hasta tuvo oportunidad de conversar con el presidente Barack Obama, a quien pidió la proscripción de las armas nucleares.
Murió en 2010, con 93 años, con un cáncer del estómago y en su ciudad natal, Nagasaki. Una historia increíble que pocos pueden contar.