El ser humano siente y ha sentido una profunda inquietud por su futuro y ha deseado conocer lo que éste le depara. Desde el neolítico hasta nuestros días han existido personas que han creído con diversas artes y por diversos medios que podían vislumbrar lo impredecible. Entre éstos existieron unos conocidos como Extíspices o Arúspices, los adivinos que leían las vísceras.
Los Extíspices, lectores de vísceras
La palabra extíspice viene del latín: de «exta», que quiere decir entraña y de «infpicio» que quiere decir «yo examino». Este nombre es el que los romanos daban a un tipo de adivino concreto: el que leía el futuro en la entrañas de los animales. Inspeccionando sus vísceras podían predecir acontecimientos futuros por la forma, color, tamaño o signos especiales de algunos órganos.
Sacrificaban animales, especialmente carneros, ovejas y animales de corral y, examinando sus vísceras, pretendían adivinar la voluntad de la divinidad respecto al futuro. Este arte era muy útil a una serie de personas para secuestrar la voluntad de los dioses y hacerles decir aquello que les convenía. Las sociedades griegas y romanas antiguas tuvieron en mucha consideración a este tipo de adivinos, que en un principio procedían de Etruria.
Este tipo de adivinación se conocía como «extispicina» y requería cierto conocimiento anatómico de los animales sacrificados. El hígado era la principal fuente de información para el adivino, aunque también se utilizaban habitualmente el corazón, los intestinos o el bazo. Por antiguos escritos sabemos que:
– Si se deseaba establecer un campamento o edificar en un lugar concreto, se sacrificaba un animal y se estudiaba su hígado. Si éste aparecía dañado era un indicio de que se debía abandonar el proyecto, dando por supuesto que el agua y el pasto no eran buenos y por este motivo el hígado aparecía en mal estado.
– Si el hígado del animal sacrificado era doble se consideraba un fatal presagio, lo mismo que si se encontraba un corazón flaco o pequeño. El peor augurio era cuando no se encontraba ningún corazón -cosa muy sospechosa-. Se decía que el día de la muerte de Julio Cesar se habían sacrificado dos bueyes y no se había encontrado esa víscera en él.
– Si las entrañas eran pálidas, más ensangrentadas de lo habitual o se le caían al adivino de las manos, el desastre estaba próximo.
Los extíspices o arúspices examinaban además el comportamiento del animal cuando acudía al sacrificio, si su agonía era lenta o dolorosa, cómo era la llama que salía al quemar las entrañas, el incienso utilizado para el sacrificio…y un sinfín de cosas más. Poco a poco la costumbre de acudir los extíspices o arúspices fue decayendo hasta considerarlos poco más que charlatanes. Los adivinos de tiempos posteriores que leen el futuro en el poso del café o el té son considerados una reminiscencia de los extíspices. ¿Conoces otras artes adivinatorias parecidas? Si te ha interesado este artículo, quizá quieras leer:
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