La historia de la medicina ha avanzado en ocasiones, con grandes dificultades a lo largo de los años. Muchas veces ha tenido que enfrentarse a los férreos principios de las religiones, los miedos o las tradiciones. También a muros políticos o económicos que han puesto barreras incomprensibles para que determinados avances, se pusieran en práctica.
El caso de médicos que se han visto obligados a experimentar consigo mismos es algo frecuente en el pasado. Puede que al oír esto pienses en esos «científicos locos» que sacaban novedosas fórmulas y que, al igual que el Doctor Jeckyll, se aplicaban en su propio torrente sanguíneo esas pócimas imposibles. Ahora bien, en ocasiones, estas experimentaciones eran la única forma con la que probar la eficacia de nuevos tratamientos.
Y en efecto, hubo grandes éxitos para el campo de la medicina, pero en ocasiones, las consecuencias fueron fatales para dichos médicos. Y ese fue el caso de Horace Wells.
Horace Wells y la anestesia en odontología
¿Qué sería de nosotros si fuéramos al dentista y no existiera modo alguno de suavizar el dolor? Obviamente, nos lo pensaríamos dos veces antes de pedir cita. Pero ahora, cada vez que acudas a tu odontólogo, acuérdate del señor Wells. Este dentista de Boston nacido en 1815, abrió su consultorio en Connecticut, junto a su amigo William T. G. Morton, quien más adelante, utilizaría el éter como anestésico, ya a partir del 1846. No obstante, fue el propio Wells, el primero en usar óxido nitroso (o gas hilarante) como principal modo de evitar el dolor en las extracciones dentales.
Aunque obviamente, para demostrar que dicho gas tenía esos efectos calmantes y anestésicos, primero debía demostrarlo. ¿Y cómo hacerlo? Dando ejemplo. Y lo hizo durante un exhibición circense extrayéndose varios dientes ante el público. Y efectivamente, quedó demostrado que no sufrió dolor alguno. La expectación fue tan alta que su proeza, se conoció en gran parte del país. Más tarde, lo demostró una vez más en su propia consulta de Boston, con uno de sus compañeros de trabajo.
Y fue un éxito. El óxido nitroso era un excelente anestésico, fue él quien lo demostró pero no quiso en ningún momento llevarse la patente, porque según decía el propio Horace Wells, el no sentir dolor debía estar al acceso de todo el mundo. Debía ser algo gratuito. Ahora bien, el problema llegó en 1845, cuando dando unas clases en el Hospital General de Massachusetts, aplico el óxido nitroso a un paciente con unas características especiales. Era un hombre muy obeso, con varios problemas de salud y a quien, lamentablemente, el gas, no le hizo efecto cuando le arrancó un diente. El dolor fue terrible.
¿Y qué ocurrió entonces? Que fue el final de su carrera, un desastre de proporciones épicas para este odontólogo que creía haber encontrado el remedio para que la gente, dejara de temer la consulta del dentista. Obviamente, no tuvo en cuenta las características personales de dicho paciente. Tras ese día, el doctor Wells vivió en una huida constante. Se fue a Europa, para volver a Estados Unidos al cabo del tiempo. Para entonces, el óxido nitroso se había sustituido por éter como anestésico, así que Wells, para avanzar un poco más en el tema de la sedación para el dolor, empezó a trabajar con el cloroformo.
Y cómo no, empezó experimentando con él mismo. Al poco tiempo, y debido a los efectos secundarios del cloroformo, tuvo un ataque de locura que le llevó a cometer un actor horrible: arrojó ácido a un grupo de prostitutas. Desolado y consciente días después del acto despreciable que había cometido bajo el efecto del cloroformo, decidió que era el momento de dar fin a su vida.
Cogió una navaja de afeitar y se cortó una arteria de la pierna. La muerte fue bastante rápida, y por su puesto, sin dolor. Puesto que previamente se había aplicado una dosis justa de cloroformo para despedirse de ese mundo sin sufrimiento, en el cual, ya había cometido demasiados errores.
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