Las reinas han sido tratadas a lo largo de la historia como poco más que máquinas reproductoras. Normalmente eran casadas por motivos de estado por sus padres u otros familiares y su única función era parir herederos. Ya que este era su único cometido en la vida, debiera haber sido algo controlado y más seguro que en el caso de sus contemporáneas más humildes, pero no era así. El horror de los partos de la realeza. ¡Inimaginable!
El horror de los partos de la realeza. ¡Inimaginable!
En la historia de las reinas españolas, encontramos hechos escalofriantes y un número increíble de errores médicos, sangrías, abortos y nacidos con malformaciones debidas tanto a la consanguinidad como a los partos mal llevados. Eso sí, desde el siglo XIV las reinas debían parir ante numerosos testigos que certificasen que el recién nacido había salido del vientre de la reina y por tanto por sus venas corría sangre real. Los partos eran atendidos por comadronas para no ofender el pudor, pero los hombres se quedaban mirando para ser testigos del nacimiento. Los médicos solían actuar antes y después del parto recetando frecuentemente sangrías que unido a la falta de higiene general, solían acabar con la vida de la reina. Se sabe que Isabel la Católica, en sus numerosos partos, se hacía cubrir la cara con un paño para que nadie viese sus muecas y gestos de dolor mientras paría. Con María Manuela de Portugal, primera esposa de Felipe II, los médicos se ensañaron haciéndole sangrías y purgándola, de manera que cuando llegó el parto estaba tan débil que falleció a los pocos días por una infección que no pudo superar.
Uno de los peores partos de la historia de las reinas de España es el de la pobre Isabel de Braganza. Pasó todo el embarazo muy débil y al empezar los trabajos del parto sufrió un colapso y perdió el conocimiento. Los médicos la dieron por muerta y decidieron practicarle una cesárea para salvar al niño. La reina despertó a poco de iniciada la salvaje operación aullando de dolor. Murió a resultas de la intervención «a lo vivo» y desgraciadamente el bebé también.
En otras cortes europeas el panorama era similar. Curiosamente para la poca higiene que había en Versalles, la cama donde venían al mundo los futuros reyes y príncipes, llamada «lit de travail», se guardaba en un almacén y se cubría con una funda para que no tuviera polvo. Era una cama que tenía entre otras cosas un apoya pies y unos pasadores para que la reina se cogiera y pudiera hacer fuerza. Constaba de 2 colchones separados por una plancha de madera para que el lugar en el que reposaba el trasero no quedase en un hueco. Para ver el alumbramiento real, solía reunirse tanta gente que, en el caso de María Antonieta, el rey hizo poner un cordón alrededor de la cama, vigilado por dos guardias, para que la gente no se abalanzase sobre la pobre mujer. Como siempre, el hecho de que hubiera tanta gente en el momento del parto se debía a que eran testigos de que el recién nacido no era suplantado por otro bebé. El ritual posterior era totalmente absurdo; en primer lugar no se dejaba que la reina se durmiera en varias horas y en segundo, debía permanecer encerrada, sin salir de la habitación en la que había parido, durante 9 días. Además, no se permitían las visitas de nadie perfumado ya que esto podía perjudicar tanto a la madre como al niño.
Con el paso de los siglos la situación mejoró, y por ejemplo los testigos ya no permanecían en la misma habitación que la reina, sino en una cámara adyacente. Con este sistema se ganó en seguridad e higiene para el recién nacido y la madre, ya que tanta gente portadora de gérmenes no era lo más adecuado en esas circunstancias. Actualmente las reinas paren en las clínicas con su médico y el protocolo que se sigue es mínimo.
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