Podríamos haber titulado este artículo como «la guerra más absurda de la historia», pero ninguna guerra admite tal connotación, desde el mismo momento en que hay pérdidas humanas y en esta batalla, la de Karánsebes, hubieron cerca de diez mil fallecidos. Ahora bien, te aseguramos que dentro de la categoría de lo bélico, lo ocurrido en 1788 se alza como el acto más inusual e incomprensible.
¿Puedes adivinar quién fue el culpable de tal despropósito? Unas cuantas barricas de aguardiente y la estupidez de un grupo de soldados. El resultado fue, simplemente, dantesco.
Un aguardiente económico que costó un alto precio
Estamos en 1788. Época de múltiples conflictos y aspiraciones políticas, años de cruentas batallas por anexionar más regiones, ciudades y países. Un ejemplo de ello era el todopoderoso Imperio Otomano, una potencia que llevó con sus espaldas auténticos ríos de sangre a lo largo de casi cinco siglos de expansión.
En aquel año libraba una feroz guerra contra el Imperio Ruso, quien, a su vez, contaba como aliado con el hábil ejército austriaco del Sacro Imperio Romano Germánico. Hasta aquí todo claro, pero hemos de dar una pequeña apreciación para comprender la complejidad de estos bandos: el ejército austriaco estaba formado por cien mil hombres de muchas nacionalidades. Lo cual implicaba un pequeño problema, cada uno hablaba un idioma y la mayoría de las veces no se entendían entre ellos.
Fue un 17 de septiembre de 1788 cuando un grupo de la caballería austriaca llegó a la población de Karansebes (actualmente en Rumanía, pero en aquellos años bajo jurisdicción otomana). Sabían que tenían por delante una difícil empresa y que en pocos días tendrían que librar una feroz batalla contra el enemigo turco. ¿Y qué mejor forma que animarse aquella noche que tomando algo de alcohol?
Necesitaban liberar tensión y no estaba mal, aunque fuera unas horas, descansar con algo «fuerte». La providencia quiso que se encontraran, a la entrada del pueblo, con un grupo de comerciantes de etnia gitana. Vendían unos cuantos barriles de aguardiente a muy buen precio y no lo dudaron un segundo. Compraron unos cuantos y empezaron a beber hasta que llegara el resto de contingente de soldados. La «orgía etílica» estaba más que asegurada aquella noche.
Las consecuencias de no saber idiomas e ir borracho
No tardaron demasiado en verse los efectos de esas barricas de aguardiente. A los soldados de la caballería austriaca se le unieron los de infantería y, al poco, estalló la mecha. El problema surgió cuando los húsares se negaron a compartir el alcohol con otros soldados del contingente que llegaron atraídos por el jolgorio.
Empezó una pelea entre ellos. Se iniciaron los golpes, los empujones y los insultos. Alguien quiso detener aquel sin sentido con un tiro al aire y, entonces, todo se desbocó. Parte del regimiento que estaba llegando a Karánsebes, al escuchar el disparo, pensó que los turcos ya estaban atacando y no dudaron en correr arma en mano.
A ello se le unió el hecho de que no se entendían entre ellos, cada uno hablaba un idioma. Así que, cuando una parte empezó a gritar en alemán ¡halt, halt! (¡alto, alto!), otros, entre la borrachera y la nebulosa del miedo y el alcohol, entendieron «¡Alá!», el grito de guerra del enemigo turco y el Imperio Otomano.
Todo se descontroló del modo más absurdo y terrible posible. Una de las derrotas más tristes y ridículas del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, José II, ya que, al día siguiente, los turcos se encontraron con diez mil austriacos muertos. Una batalla ganada sin que ellos tuvieran que mover un dedo.
Son, sin duda, ese tipo de sucesos incomprensibles los que nos arrancarían una sonrisa si no hubiera sido por las graves consecuencias. ¿Cuál es tu opinión sobre lo sucedido en la batalla de Karansebes?
Si te ha gustado esta historia, no te pierdas tampoco cuál es el origen de una victoria pírrica.