A la hora de hablar de personas emparedadas, es posible que de inmediato te venga a la cabeza el fantástico cuento de Edgar Allan Poe «El gato negro». Este castigo cruel y tenebroso, fue algo bastante común en muchos países, en especial en España. Ciudades como Cartagena o Córdoba, tienen sus propias historias locales donde se relatan estremecedores hechos donde las víctimas eran casi siempre mujeres, ejemplos del más cruel de los machismos al querer castigar o hacer desaparecer a esa esposa que ha sido encontrada con el amante, o a esa dama por la cual el marido ya no siente interés.
De hecho, en Burgos, existe una localidad llamada Modúbar de la Emparedada, que para muchos historiadores podría hacer referencia a una dama de buena posición que tras contraer la peste, fue atendida y curada mientras se hallaba «emparedada» en uno los muros de la Iglesia, aunque para otros expertos, lo de «emparedada» vendría en realidad de «emperador», referido al rey Alfonso VI.
Sea como sea, la emparedación era algo más que un modo de tortura, se buscaba ante todo hacer desaparecer a la persona, y si hay una historia sorprendente asociada a esta temática, es la historia relativa a una dama sevillana en 1868. ¡Aterradora!
Un trabajo nocturno que se cumplió a medias
Estamos en Sevilla, en 1868. La increíble historia de la dama emparedada de Sevilla se inicia una noche de este mismo año en un pequeño barrio de la ciudad. Es aquí donde vive un humilde albañil junto a su familia quien, justo cuando las brumas de la madrugada llenan de silencio y quietud las calles de la bella ciudad, se ve sorprendido por unos golpes en la puerta de su casa que lo sacan de su plácido sueño.
Es un caballero de buena posición ataviado con capa y sombrero. En su rostro, viste la impaciencia de quien está acostumbrado a mandar, y en su expresión, se lee también una molestia que desea quitarse de encima cuanto antes. El desconocido le pone de improviso una pistola en el pecho y le ordena seguirlo, no sin antes obligarle a coger sus utensilios de trabajo, y ponerle además una venda en los ojos. El extraño caballero no quiere que sepa a dónde va a conducirlo.
Así pues, lo sienta a la fuerza en el carruaje y le sugiere que tiene dos opciones: Recibir una bolsa de oro por un trabajo nocturno del que no debe revelar nada jamás, o recibir una buena cantidad de plomo en su corazón que se lo llevará al otro mundo en un suspiro, para ser abandonado después en un sucio callejón envuelto en sangre. El pobre albañil, no tiene opción alguna. Asiente bajo las vendas que tapan sus ojos y atiende como puede a todo sonido que pueda llegarle desde el exterior, para intentar orientarse.
Al final el carruaje se detiene, y es sacado precipitadamente para introducirlo después en una casa. Siente el sonido de sus propios pasos e incluso cae en varias ocasiones al ser arrastrado a la fuerza por aquel hombre hasta lo que parece un sótano. Es entonces cuando le quita la venda de los ojos y descubre la tarea que debe hacer: tapiar una pared. El trabajo le ocupa un par de horas, y en ningún momento puede ver lo que se esconde tras ese muro en el cual, debe cubrir un gran agujero. Sólo hay oscuridad y silencio. No obstante, sabe muy bien que aquello no es normal, que aquello no está bien.
Una vez finalizada la inquietante tarea, se le paga la bolsa de oro y se le añade una última amenaza, si dice algo de lo que ha hecho, en el momento menos pensado, la muerte le llegaría del modo más cruel e inesperado.
Esteban, que así se llama el protagonista de esta historia, asiente con la cabeza y se deja ser conducido de nuevo a su casa. Una vez en ella, acude a la cama para olvidar todo lo vivido. No obstante, los pensamientos no dejan de rondarlo, de hostigarlo y de darle unas terribles pistas de la finalidad que podría tener ese muro que cerraba una de las paredes, y de lo que allí podía haber… Llevado por el remordimiento no puede evitar levantarse de nuevo y llamar al Juez de Guardia. La historia es consistente y nadie duda de él, y es más, Esteban es un hombre hábil, sabe que durante su viaje nocturno escuchó el sonido de una iglesia marcando los cuartos, y la única iglesia en toda Sevilla que los marcaba era la de San Lorenzo.
¿Sabes cómo termina la historia? Con un terrible descubrimiento que, afortunadamente, tiene buen final. Tras ese muro que el propio Esteban había levantado, se hallaba una joven inconsciente, la hija de los dueños de una confitería llamada «La campana», que estaba casada con un hacendado cubano que en realidad, era un estafador. Un hombre que, llevado por los celos, emparedó a su esposa… aunque tal atrocidad no terminó saliendo como esperaba, afortunadamente.
Si te ha gustado esta historia, descubre también las 7 peores torturas de la historia.