Un mundo idílico donde lo imposible se hace posible, donde las leyes del hombre no existen y en el que se pierde todo sentido de lo lógico, de lo correcto o lo incorrecto… allí donde lo prohibido no puede ser juzgado. Es el país que se inventó Lewis Carroll para dotar sus fantasías de un realismo palpable, con una obra que pudiera esconder la oscura obsesión del autor de Alicia en el País de las Maravillas.
La oscura obsesión del autor de Alicia en el País de las Maravillas
Alicia en el País de las Maravillas es de esas historias construidas con un surrealismo tan puro y complejo, que se vuelven susceptible a recibir un sinfín de connotaciones. A todas ellas, las cartas y material fotográfico que dejó Carroll a sus herederos, tras su deceso en 1898, sugieren que esta obra no se trató de un cuento para niños, sino más bien de un manifiesto pintoresco, dotado de simbolismo, que revela entre líneas los sentimientos del autor de Alicia hacia una pequeña que llevaba el mismo nombre que el personaje central de su gran obra.
La publicación El hombre que amaba a las niñas, de editorial La Felguera (que [easyazon_link identifier=»8493746789″ locale=»ES» tag=»supercurioso07-21″]puedes encontrar aquí, en Amazon[/easyazon_link]), plasmó un análisis escabroso sobre las encomiendas que Carroll intercambiaba con las muchachitas con las que mantenía una relación amistosa, entre ellas, Alice Liddell, su musa y quien supuestamente le robó el corazón. A Carroll le gustaba las niñas, estaba obsesionado con la pureza y la inocencia de la infancia, así lo resumen las 700 cartas y 600 fotografías que detallan una faceta del autor que pudiera considerarse escandalosa.
Cincuenta años después de su muerte, varios biógrafos examinaron estos escritos, algunos de ellos tenían tachones hechos por los mismos herederos para ocultar ciertos detalles de las misivas. No obstante, la mayoría de ellas estaban escritas con acertijos, juegos de palabras y rimas, interesantes para la lectura. Él se transformaba en niño al escribirlas. También hallaron algunas en las que se dirigía a los padres de las muchachitas, a fin de conseguir el consentimiento para capturarlas con su cámara, lo cual no era percibido con sospecha pues muchos fotógrafos de la época se dedicaban a fotografiar niños.
“Quemar antes de abrir,” rezaba uno de los sobres de Carroll que contenía cinco fotos de niñas desnudas, con miradas seductoras. Otras sólo llevaban disfraces y atavíos en entornos naturales para interpretar un rol producto de la imaginación del autor de Alicia.
Es curioso que el interés del autor de Alicia por estas jovencitas expiraba cuando alcanzaban la madurez, pero con Alice Liddell la fascinación perduró mucho más tiempo, de ahí a que se convirtiera en el centro de la historia que le hizo famoso. Tal es el caso que existen rumores de que se atrevió a pedirle matrimonio a la chica cuando tenía unos 13 años.
Naturalmente, los padres de Alice le prohibieron a Carroll acercarse a ella, sin embargo, dicho por la misma Alice, ambos mantuvieron el contacto hasta poco antes de la muerte de Carroll. De cualquier manera, su fijación por Alice solo podía florecer en el imaginario de Carroll, entre animales que hablan, festejos de no cumpleaños, bailes, cantos, aventuras y sueños detrás del espejo de su corazón.
El tema sobre la obsesión de Carroll por Alice y el resto de las niñas ha desatado numerosos debates desde la época victoriana hasta ahora. Si fue algo sexual o más bien sentimental, responde el editor de El hombre que amaba a las niñas, Servando Rocha, que tal vez Carroll no tenía interés en intimar con ellas, a pesar de la desnudez y las poses sugestivas con las que retrató a sus heroínas, pues aporta que estas jovencitas al convertirse en adultas jamás lo acusaron de abusos. Por otra parte, también hay que pensar que si aún hoy a las víctimas les cuesta contar su terrible experiencia, todavía debía ser más difícil en aquella época, con los tabús que implicaba. ¿Y tú qué opinas sobre esto? ¡Cuéntanoslo!
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