Existe un antiguo refrán o aforismo que lamentablemente no está muy lejos de la verdad, aquel que dice: “las desgracias nunca vienen solas”, que en el caso de Siria ha adquirido connotaciones casi bíblicas, por aquello de las siete plagas: una larga guerra civil, numerosas víctimas civiles a causa de bombardeos de amigos y enemigos, una guerra que ha adquirido dimensiones monstruosas debido al proyecto de “califato” del Estado Islámico, un éxodo hacia Europa enfrentando penurias y cada vez mayor resistencia a recibirlos por parte de las naciones occidentales, y a esto habría que agregar la degradación en todos los ámbitos de las condiciones del país, que conlleva el surgimiento de enfermedades tan terribles como la leishmaniasis.
Las imágenes que acompañan este artículo pueden causar una fuerte impresión.
La enfermedad que “consume la carne” en Siria
Así ha aparecido reportada en medios anglosajones e hispanohablantes la noticia del recrudecimiento de los casos de leishmaniasis en Siria, exagerando tal vez un poco los síntomas de esta enfermedad presente en la región desde hace miles de años –existen testimonios desde el 650 a.C.– y conocida desde el siglo XIX como el “mal de Alepo” (le llamaban también «lepra blanca». Las lesiones que ves en la imagen de abajo hablan por sí mismas, e indican por qué podía confundirse con la lepra).
Esta enfermedad consiste en una o más lesiones cutáneas causadas por la picada de un mosquito chupasangre que transmite el protozoo que da nombre a la enfermedad. Las lesiones son más dramáticas cuando afectan el tabique nasal o las orejas, y pueden ser mortales cuando afectan el bazo o el hígado, pero esta variedad de la enfermedad, en la que el protozoo ataca órganos internos, no existe en Siria, sino en la India, Pakistán y Brasil.
Hay diversos tratamientos pero costosos, por lo que es frecuente que la enfermedad se haga crónica en sectores sociales de bajos recursos; por otra parte, el protozoo logra establecerse en cuerpos con un sistema inmunológico débil y en zonas con malas condiciones.
Eso explica por qué Siria, con más de cinco años en guerra y la mayor parte de su infraestructura hospitalaria dañada, ha tenido un incremento de casos de leishmaniasis, que afecta a 1,8 millones de personas anualmente.
Además de Asia, América y África hay reportes de leishmaniasis en el sur de Europa (se detectó un brote en España en 2009 y desde entonces ha habido alrededor de 500 casos).
Un apunte personal y una reflexión
Hace unos cuantos años mi esposo tuvo una lesión en la oreja que fue diagnosticada como leishmaniasis, y luego de un intenso tratamiento con un fármaco basado en antimonio se curó completamente. Aunque es seria, la leishmaniasis no puede compararse con la gravedad y el peligro de otras enfermedades tropicales como el paludismo o el ébola.
Algunas noticias sobre Siria y la leishmaniasis dejaban entrever que algunos refugiados podrían estar infectados. Es posible, pero el mosquito no existe en los países de clima templado, y sólo a través de él puede transmitirse la enfermedad. Y en el caso de los países del sur de Europa, todos cuentan con un sistema sanitario capaz de afrontar cualquier brote de esta enfermedad.
El problema de Siria no es la enfermedad que “consume la carne”, es la guerra que consume el alma.
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