Emily Dickinson. La llamaron la poetisa de la luz por el resplandor y misticismo de sus poemas, por la pureza de sus imágenes y su inocencia más prístina. Una joven que en un momento dado de su vida eligió apartarse del mundo adulto y sus egoísmos para refugiarse en el silencio de su casa, para soñar un amor que nunca tuvo e imaginar una pasión mediante la poesía, que jamás le haría daño ni rompería su corazón.

A muchos nos cuesta entender una vida así, pero la elección de esa humilde y a la vez intensa existencia dio como resultado, un legado poético que la convirtió en una de las mayores figuras en este arte de nuestra historia. Sin saberlo y tal vez sin quererlo, Emily Dickinson alcanzó la inmortalidad.

Emily Dickinson, la mujer que se escondió del mundo

¿Por qué lo hizo? ¿Por qué eligió encerrarse en la casa familiar cumplidos los 30? Sus biógrafos intuyen siempre que debió existir un gran amor en su vida. Alguien con quien no podía estar y con quien no se le permitió contraer matrimonio.

Recordemos que era una época en la que los matrimonios eran casi siempre concertados, una sociedad donde la mujer tenía escasa voz u oportunidad de elegir y actuar de acuerdo a su voluntad. Quizá por ello nuestra joven prefirió cerrar las puertas de su vida y, sencillamente, hacer uso de aquello que nadie puede vetarnos: la imaginación.

«Podría estar más sola sin mi soledad,
tan habituada estoy a mi destino,
tal vez la otra paz,
podría interrumpir la oscuridad
y llenar el pequeño cuarto,
demasiado exiguo en su medida
para contener el sacramento de él,

no estoy habituada a la esperanza,
podría entrometerse en su dulce ostentación,
violar el lugar ordenado para el sufrimiento,

sería más fácil fallecer con la tierra a la vista,
que conquistar mi azul península,
perecer de deleite.»

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Casa familiar donde vivió Emily Dickinson, en Massachussets

Emily Elizabeth Dickinson nació en Massachusetts el 10 de diciembre de 1830. Era hija de un importante miembro del Congreso, además de  juez. Un hombre exquisitamente culto, austero y preocupado por la educación de sus hijos. Emily recibió una estricta formación calvinista, ahí donde la sencillez, la religiosidad y la humildad, cincelaron la personalidad de la poetisa.

Tuvo una selecta formación en seminarios femeninos, donde apuntó siempre su gran inteligencia y su sensibilidad poética. Adoraba la astronomía y la biología, conocía el nombre de todas las estrellas del cielo y de las plantas del bosque y su jardín. Desde muy temprano fue una gran admirador a de Emerson, Hawthorne o Beecher Stowe, quienes la iniciaron en el mundo de la poesía. Puede que si Emily Dickinson hubiera nacido en otra época, su vida, estaría dotada de mejores caminos en los que encauzar su gran ingenio.

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Emily Dickinson

Pero su entorno familiar y social era muy severo, las mujeres escasamente podían salir de ese círculo de tareas domésticas, reuniones parroquiales y fiestas encaminadas únicamente a encontrar un marido acorde a su posición. El hecho de ver, por ejemplo, que alguna de sus hermanas contraía matrimonio con hombres que no amaban, hundía mucho sus esperanzas de ser feliz algún día. Porque, sin lugar a dudas, Emily siempre amó a alguien especial; en 1850 corrían rumores de que la joven hija del juez sufría de mal de amores.

Los rumores se centraban en especial en un joven pastor protestante que ya estaba casado. Un hombre que tuvo que huir a otra ciudad para no «caer en la tentación» y evitar así las malas lenguas. Fuera como fuera, Emily decidió encerrarse en la casa familiar y en su habitación cuando cumplió los 30. Se dedicó a las ocupaciones domésticas, escribiendo casi constantemente pequeños poemas, que más tarde escondía por los cajones para que nadie los leyera.

Versos sutiles, sencillos y mágicos que hablaban de amor y soledad. Su escritura era melódica pero precisa, sin artificio alguno. A instantes marcaba un ritmo rápido para caer después en la meditación interior y en la más sutil de las sensibilidades.  Hablaba de amor y de soledad, esas dos dimensiones, en esencia, tan características del ser humano.

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A lo largo de su aislamiento mantuvo contacto por carta con varias personas, en especial con el escritor Samuel Boswell. Tal vez por ello, animada por ese círculo de intelectuales que sabían de su arte, se dejó convencer para publicar -bajo pseudónimo- cinco de sus composiciones poéticas. Lo hizo sólo una vez, pero Emily nunca quiso que salieran a la luz más poemas escritos de su mano; eran, sencillamente, algo privado, algo perteneciente a su universo personal.

Solo antes de morir desveló a su cuñada dónde se encontraban todos sus trabajos, ésos que finalmente salieron a la luz para convertirla en una de las mejores poetisas de nuestra historia.

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Se dice que toda su vida vistió rigurosamente de blanco, un color que iba con su alma. Que los últimos 15 años de su vida, apenas salió de su propia habitación, convirtiéndose en una especie de sutil fantasma que los vecinos veían a veces desde la ventana. Si alguien entraba en la casa para hablar o cenar con sus otros hermanos o familiares, ella se escondía bajo la escalera para saludar con una voz muy suave, protegiendo siempre su necesitada soledad.

Fue una mujer que se escondió del mundo para crear su propio universo de luz y perfección. Tal vez así, fue más feliz de lo que imaginamos, o posiblemente, no dejó de llorar ni un solo día por ese amor que nunca pudo ser. Nunca lo sabremos.

«Morir no duele mucho:
nos duele más la vida.
Pero el morir es cosa diferente,
tras la puerta escondida (…)»

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