Hace poco escribimos un artículo sobre esta extraña zona de México, cuyo dramático nombre es Zona del Silencio, en donde supuestamente se paran los relojes y los artefactos eléctricos presentan fallas. Y además, obviamente, hay silencio.
Hasta ahora no había explicación alguna para estos incidentes. La cuestión es un poco más complicada, y aquí en Supercurioso te damos los detalles.
La Zona del Silencio de México, ¿en realidad existe?
Hay señales de tránsito en las carreteras que indican el camino hacia la Zona del Silencio. Como te explicamos en el otro artículo, este área está ubicada en el desierto compartido por los estados Durango, Chihuahua y Coahuila, que forma parte a su vez del Bolsón de Mapimí, una cuenca de la altiplanicie mexicana, al centro-norte del país.
Se supone que la Zona del Silencio está en medio de este desierto, que en el periodo eoceno del Cenozoico (aproximadamente hace unos 30 millones de años) estuvo sumergido bajo el mar, el Mar de Tetis, y por eso es posible encontrar una impresionante cantidad de fósiles marinos.
Te explicamos también que el origen del sugestivo nombre se debió a la caída de un cohete norteamericano, el Athenas, que aparentemente perdió el control y fue a parar allí, y que tardaron más tiempo del normal buscando los restos porque las brújulas y los relojes no funcionaban bien. Y los norteamericanos se llevaron toneladas de tierra pretextando que estaban contaminadas. Fue la ecuación perfecta para que los rumores se dispararan.
Incluso, un habitante de Ceballos, Durango, mencionó una zona en la que no se escuchaba la radio; como es lógico suponer, especialistas fueron a investigar y propusieron la hipótesis de que allí había una especie de cono magnético que generaba ionización en la atmósfera, y eso producía los bloqueos en las ondas de radio. Si unimos a todo esto la presencia de abundantes meteoritos y extensos bancos de fósiles, es fácil pensar que para una imaginación activa y fértil las explicaciones relacionadas con extraterrestres fueran la opción más segura. Inclusive había gente que aseguraba que cuando entrabas a la Zona del Silencio no podías escuchar nada, ni siquiera la conversación de otras personas…
Lo cierto es que la Zona del Silencio, en donde no se oye nada, parece ser móvil, no tiene una ubicación exacta, y así comenzó un mito. Se ofrecieron numerosas y masivas excursiones a turistas prometiendo experiencias paranormales, puesto que era un lugar único en la Tierra con una gran concentración de energía. Y a partir de allí empezó una afluencia cotidiana de gente buscando ovnis o “recargándose” de energía.
Poco a poco los turistas se dieron cuenta de que la tal Zona del Silencio no era fácil de ubicar, y la tesis del cono magnético dio paso al argumento de que éste cambiaba de lugar según las condiciones atmosféricas, o que existían varias “manchas de silencio” desplazándose por el desierto azarosamente. Lo más curioso es que los propios habitantes nunca habían visto nada raro allí.
Pero lo verdaderamente dramático, aparte del nombre, fue el desastre ecológico que provocó aquella ola humana invadiendo el Bolsón de Mapimí. La pobreza en la que vivían los pobladores dio la mejor excusa para iniciar un comercio con los bancos fósiles, que virtualmente desaparecieron, así como los fragmentos de flechas que los habitantes antiguos utilizaban para cazar. Hoy aún se venden fósiles, pero éstos son difíciles de conseguir, ya que los lugareños no indican su localización.
La flora ha disminuido también: en esta región abundan las cactáceas, pero la venta indiscriminada ha hecho que poco a poco se vean menos. La fauna es otro sector afectado, pues la tortuga del desierto, endémica, está al borde de extinguirse.
Hay liebres y conejos, ratones y ratas canguro, zorros y coyotes, y hasta búhos; considerando que es un desierto, es increíble la biodiversidad que aquí hay, incluso con la invasión.
Sin embargo, la preocupación ha servido de algo. La Unesco estableció el programa El hombre y la biosfera, compartido con el Instituto de Ecología, el Conacyt, distintas organizaciones y pequeños propietarios y ejidatarios que donaron terrenos para el programa. Es un área de 160.000 hectáreas, aproximadamente.
Y ahora llega otro tipo de visitantes, científicos franceses, rusos, norteamericanos, holandeses, que participan en experimentos e investigaciones. Gracias a este esfuerzo, la tortuga del desierto está recuperándose, el nopal rastrero, un tipo de cactus, es objeto de investigaciones, y el nopal violáceo está protegido.
Tras años de estar en el lugar, estos científicos, que han manejado numerosos equipos de comunicación, transporte terrestre y aéreo, y equipos de telemetría para rastrear fauna, nunca han reportado ningún caso de interferencia de las ondas de radio ni algún incidente relacionado. Por supuesto que jamás han detectado la Zona del Silencio, y si les preguntas a los habitantes, tampoco. Y hasta sonríen.
La Zona del Silencio es una prueba del desastre que podemos ocasionar en el medio ambiente, y por ello el Instituto de Ecología de México ofrece estas recomendaciones:
No extraer plantas endémicas, ni animales, fósiles, puntas de flecha o cualquier resto arqueológico; evitar en lo posible la perturbación al ambiente, no hacer fogatas; llevarse la basura y no dejar nada allí; y mantener cerradas las puertas de las cercas para que el ganado no invada áreas protegidas.
Años de educación han fructificado, y ahora los habitantes de esta zona conocen y saben el valor de lo que los rodea, y en consecuencia ayudan a preservarla. ¿Conoces algún otro caso como éste? Si es así, compártelo con nosotros.
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