El distintivo desenfreno colectivo que experimentan los fanáticos de la música popular o rock contemporáneo durante los conciertos, que les trastoca los sentidos y les vuelve incapaces de controlar sus impulsos para demostrar la admiración u obsesión por sus artistas favoritos, tiene predecesor en el siglo XIX: la Lisztomanía, un término creado por el poeta Heinrich Heine, acogido por los médicos para describir la reacción histérica que provocaba Franz Liszt en el escenario. ¡Descúbrelo!
La Lisztomanía, el fenómeno que despertó Franz Liszt en el siglo XIX
Las pasiones que despertaba Franz Liszt al subirse al escenario no tenían precedentes. Las mujeres enloquecían, le arrojaban trapos íntimos, se desmayaban y gritaban eufóricamente al compás de la música clásica. Ningún músico de la época había causado tanta locura, impensable en esos tiempos de recato excesivo. Él era lo más cercano a una estrella de rock en el siglo XIX.
Franz Liszt fue un pianista austro-húngaro virtuoso, aclamado como uno de los intérpretes más grandes de todos los tiempos. Ganó fama en toda Europa con sus composiciones románticas, desde que en 1839 iniciara la gira con la que se gestaría la fiebre Liszt.
Ya para 1843, el efecto que producía Liszt en el público era embriagador, mítico, imposible de controlar. Tanto hombres como mujeres perdían la cordura apenas notaban la presencia del pianista en la sala de concierto. Los gritos hacían retumbar las paredes. El público peleaba por la cercanía al escenario para captar a pocos pasos la esencia de Franz Liszt, arrancarle un mechón de cabello o para recoger las cuerdas rotas de su piano, por si tenían la “suerte” de que esto llegara a suceder.
Las cenizas de cigarrillos, pañuelos y todo tipo de desperdicios de Liszt se convirtieron en reliquias religiosas, protegidas en pequeñas botellas de cristales, las cuales los fanáticos llevaban aferradas a sus cuellos con las iniciales F.L. inscritas en ellas. Los poetas y escritores del momento no se resistían a escribir sobre él, embelesados por su atractivo y música.
El famoso escritor Hans Christian Andersen llego a escribir en su diario que, “cuando Liszt entró al salón, fue como si una descarga eléctrica me atravesara y como si un rayo de sol acariciara cada rostro», al igual que otros mortales que se animaban a convertir en poesías los encuentros con el responsable de la Lisztomanía.
Como es de esperarse, no faltaba quienes se encontraban inmunes a la fiebre Liszt. Los críticos pronunciaron en ensayos su preocupación por el “extraño efecto” que esta figura provocaba en las masas. El poeta Heinrich Heine lo denominó como la Lisztomanía, un fenómeno que llegó a ser considerado como una “verdadera locura”, una enfermedad contagiosa a la que los médicos trataron conseguirle cura, sin que esto llegara a ser posible.
No comprendían que la Lisztomanía no era más que una admiración absoluta, un amor loco demostrado sin los pudores que definían a la época, por lo que fue racionalizada de diversas formas, convirtiéndola en una patología con teorías sumamente extravagantes. Una de ellas proponía que los ritmos rápidos de Liszt causaban algún tipo de ataque epiléptico masivo y alteraciones a nivel neurológico.
A pesar de todos los esfuerzos para detenerlo, la Lisztomanía perduró hasta más allá de la muerte de Franz Liszt en 1886, que con su larga cabellera se convirtió en objeto de adoración.
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