Con el uso de tecnologías domésticas como lámparas de petróleo y gas, los incendios en el siglo XIX eran un mal recurrente. En consecuencia, la suma de personas que perdían la vida, calcinadas en fábricas y en residencias, era alarmante. Sin contar las cifras de las que morían por las enfermedades propias de la época victoriana.
¿Cómo reducirían la magnitud de las tragedias… al menos por explosiones? Contra todo escepticismo, inventores de la era iniciaron toda una revolución de diseños creativos para huir de un incendio… no fueron muy útiles pero te interesará conocerlos por su rareza.
Los creativos diseños para huir de un incendio del siglo XIX
Una muchedumbre se concentró el 10 de marzo de 1860, en Nueva York, para admirar un tobogán que se desplegaba a lo largo de un edificio. Lo sostenía unas cuerdas en los costados y la parte superior se encontraba fijada a una ventana del recinto. Nadie había visto algo semejante antes. ¿Para qué servía? Algunos espectadores, con un poco de miedo por la novedad, se atrevieron a deslizarse. El público que esperaba en la superficie quedaba perplejo, pues lograban descender con los huesos en su lugar.
Esa mañana se probaba por primera vez uno de tantos diseños creativos para huir de un incendio que surgieron en la época victoriana.
La mayoría de las invenciones no eran seguras, ni estaban aprobadas por los legisladores de ese entonces. Se trataban de dispositivos portátiles, muy poco prácticos, que aseguraban salvar pellejos en caso de accidentes como estos. Uno de ellos era el casco de escape de incendios, patentado por B.B Oppenheimer, en 1879. Este kit de auxilio incluía una tela de cera, de unos cinco pies de diámetro, que iba atada al casco. Lucía como un paracaídas poco seguro.
Además, incluía protectores adaptados a los calzados, con almohadillas de fondo elástico, gruesas, para aminorar el impacto de la caída. Su inventor afirmaba: “una persona puede saltar con seguridad fuera de la ventana de un edificio en llamas desde cualquier altura y aterrizar sin lesiones y sin el menor daño en el suelo». ¿Los victorianos se atrevieron a comprobarlo? ¡Esperamos que no!
Escapar de un incendio ¡volando!
Y si el casco para huir de un incendio te parece peligroso, Pasquale Nigro propuso un par de alas para escapar volando de un edificio en llamas. Convencido de su efectividad, explicaba que «en la operación, el portador engancha los lazos con sus manos y está preparado para saltar. El aire aprisionado debajo del material de la tela funciona para levantar al portador y para romper la fuerza de su caída.»
En 1909, Nigro pedía 33 mil dólares para fabricar su invención, pero nadie se atrevió a invertir en aquel excesivo mecanismo de fuga. Tal vez porque los usuarios preferían aquellas herramientas que incluyeran poleas, eslingas, cuerdas y cestas, por más que eran complicadas de usar bajo presión.
También instalaron tubos metálicos, verticales, similares a los chutes de escape que se usan en la actualidad en edificios de varios pisos. El auge de diseños creativos para huir de un incendio en el siglo XIX eran más bien intentos desesperados para librarse de las llamas. Fueron tantos los recursos que agotaron, que esto nos reafirma lo habituales que eran los accidentes domésticos de esta clase.
Las calderas de baños o géiseres, cocinas, y otros electrodomésticos, eran propensos a estallar. Por otro lado, la moda femenina victoriana representaba otro peligro: los armadores estaban elaborados con material inflamable. Como resultado, miles de mujeres se convertían en antorchas humanas al colocarse demasiado cerca de estufas o chimeneas. Por desgracia, muchas de ellas morían.
Después de todo, a pesar de lo caótico que puede llegar a ser vivir en este período del tiempo, con todos los avances tecnológicos y las medidas de seguridad que se han vuelto más eficaces a lo largo de los años, no está del todo mal ¿o no?.
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Imágenes: wellcomeimages, Google Pantents.