Las luciérnagas adornan la noche con brillo especial y casi mágico especialmente durante el verano. Forman parte del fondo en las escenas más románticas, pero su propio baile iluminado es un curioso lenguaje de amor que han desarrollado durante su evolución. ¡Acompáñanos a descubrirlo!
El hermoso lenguaje de amor de las luciérnagas
El sublime fenómeno nocturno que caracteriza a las luciérnagas se debe a una enzima que se producen en diferentes especies de luciérnagas y que se llama luciferasa.
Según ha comentado la bióloga Sara Lewis, experta en el tema, lo primero que encendió la luz de las luciérnagas fue un error.
El gen de la luciérnaga que codifica la luciferasa es muy similar a un gen común productor de ácidos grasos. Es probable que un duplicado de ese gen haya mutado en un ancestro lejano de las luciérnagas y dicha mutación sea lo que haya conducido a que produzca ese poco de luz.
Durante mucho tiempo, altas concentraciones de ese químico productor de luz evolucionaron junto con un tejido especializado, para crear un nuevo «órgano de luz», la linterna de luciérnaga.
A medida que el aire se precipita en el abdomen de una luciérnaga, reacciona con la luciferina y una reacción química produce el sutil resplandor. Esta luz recibe en ocasiones el nombre de «luz fría» porque genera muy poco calor. La luciérnaga puede regular el flujo de aire en el abdomen para crear un patrón pulsátil.
Algunos expertos creen que la llamativa luz de la luciérnaga tiene el fin de advertir a los depredadores del sabor amargo del insecto. Sin embargo, a algunas ranas no parece importarles y se ha observado el curioso fenómeno de que ellas mismas comiencen a brillar debido a la enorme cantidad de luciérnagas que llegan a ingerir.
La verdad es que, para luciérnagas, la luz que producen sus linternas es un lenguaje de amor. Es decir, se iluminan para buscar una pareja.
Los machos transmiten una señal que es un código para su especie. Los biólogos afirman que con esas pulsaciones de luz pueden decir, por ejemplo, «soy una gran luciérnaga» o «soy un macho», una y otra vez. Las hembras responden solo a las señales de su propia especie y, a cambio, muestran patrones específicos y tienen sus propias opiniones sobre lo que es atractivo. Las hembras de algunas especies prefieren destellos de mayor duración y otras de menor.
Las relaciones entre una pareja de luciérnagas no es fácil. Una vez que la hembra encuentra al macho indicado, su conversación, a través de pulsaciones de luz intermitentes, puede durar horas, en parte porque ellas en su juego amoroso «se hacen las difíciles», respondiendo solo a cada quinto destello más o menos.
Una vez que se aceptan, apagan sus luces y se aparean, de cola a cola, durante horas. De esa forma, el macho impide que los rivales accedan a la hembra esa noche. Pero a la noche siguiente ella estará destelleando en búsqueda de otro compañero.
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