Pamukkale: una de las maravillas de la naturaleza más espectaculares. Situada en el corazón de Turquía, se alza como un auténtico castillo de algodón blanco en la provincia de Denizili. Un valle tejido por la belleza y la particularidad, donde uno cree estar atrapado en un sueño de fantasía singular. Una formación calcárea de miles de años de antigüedad…
El castillo de algodón de Pamukkale
Lo llaman el «Castillo de algodón» por esa estructura de blancura impecable que perfila cada rincón de este escenario único. Pamukkale es una enorme formación calcárea de algo más de doscientos metros de altura y dos kilómetros y medio de longitud, donde se han rodado infinidad de películas aprovechando ese aire entre antigüedad y futurismo a la vez. De hecho, se cree que habría empezado a originarse en el Plioceno, justo cuando aparecieron las primeras aguas termales.
Estas aguas no han parado de manar desde entonces, un agua rica en mineral de creta, bicarbonatos y calcios, que va conformando poco a poco grandes depósitos de calcio a medida que desciende. Esta lenta pero persistente formación de cal, ha ido recubriendo suelos y montañas, creando depósitos, oquedades, piscinas naturales y extensos valles. Desde lejos, parecen paredes de espuma, o más aún… un castillo de algodón.
Hoy en día esa emanación sigue dándose. De hecho, se calcula que de los 250 litros que brotan al segundo, medio kilo corresponde al llamado mineral de creta, el responsable de que se de esta fantástica sedimentación capaz de esculpir tal singular belleza.
Patrimonio de la humanidad
Pamukkale fue nombrado Patrimonio de la humanidad en 1998. Y es que son miles los turistas que llegan diariamente a esta región para ver en persona este escenario. Según explican, la luz del amanecer o el atardecer acariciando el agua de sus piscinas naturales es un espectáculo único. Toda la estructura de cal arranca brillos cegadores, un contraste natural que hace las delicias de curiosos y especialistas en la materia.
No solo somos nosotros los únicos que apreciamos la maravilla del Castillo de algodón de Pamukkale. Los griegos ya solían frecuentar habitualmente este lugar por considerarlo un santuario de aguas curativas. La temperatura a 35º lo hacía ideal para las clases altas de la época, para tratar dolores articulares y otro tipo de dolencias. Era un escenario de auténtica peregrinación, tanto fue así que en lo más alto de Pamukkale, se construyó la bella ciudad Helenística de Hierápolis, sobre el siglo 180 a. C.
Se solía recibir a todo aquel -de buena posición, claro está- que deseara tomar contacto con estas aguas curativas, dando acogida a todos los visitantes que llegaban atraídos por las leyendas terapéuticas de estas aguas. Lamentablemente esta ciudad no duró mucho tiempo. Un terremoto la destruyó dos siglos después, alzándose de nuevo más tarde de mano de los romanos a lo largo de los siglos II y III. Más adelante, caería bajo el dominio bizantino de los Selyúcidas.
Un aspecto curioso también de Pamukkale, es sin duda esa zona más peligrosa y que los griegos, asociaban al influjo maligno de Plutón. A poco más de cinco kilómetros de estas áureas fuentes, se halla una zona denominada Karahayit, ahí donde sus aguas, en lugar de ser cristalinas, son rojas. ¿Por qué? te preguntarás. Por el alto contenido en hierro, al igual que las cuevas cercanas de Plutón. Una zona donde debido a la influencia de la actividad volcánica, asciende de vez en cuando peligrosas bocanadas de dióxido de carbono capaces de quitarnos la vida en pocos segundos.
La naturaleza, una vez más, teje con sus hábiles manos escenarios entre la ficción, el peligro y una belleza absoluta.