Es ya vieja la historia de que queremos lo que no podemos tener. Está en nuestra naturaleza humana, compleja de por sí, admirar a aquellos que se presentan ante nosotros como inalcanzables, pues lo que eso significa para nuestras mentes impulsadas por el ego es que esa persona es «demasiado buena». Y «demasiado buena» es lo suficientemente atractivo para nosotros. Es la clásica trama de película romántica: un personaje se siente atraído por otro personaje que parece estar fuera de su alcance. Es una dinámica que conocemos bien y que nos evoca sentimientos de admiración, intriga y alabanza.
Por qué perdemos el interés por las personas que se interesan por nosotros de un modo obvio
Este complejo comportamiento es la misma razón por la que perdemos el interés en las personas que muestran demasiado interés en nosotros. Es una dinámica a la que no estamos acostumbrados. Asociamos el cortejo con una persecución. En secreto disfrutamos de los altibajos que vienen con el amor, ese por el que tienes que luchar para ganar. Esta dinámica nos hace sentir que, si lo logramos, estaremos recibiendo algo que valía nuestros esfuerzos. Necesitamos saber que hay valor en algo antes de invertir en ello, para que toda esa energía empleada tenga «sentido».
Por razones biológicas, muchos nos sentimos atraídos por personas que vemos como «mejores» que nosotros. Nuestro instinto nos lleva a buscar a sujetos óptimos para la reproducción, con el objetivo de producir una descendencia mejor. Así que en un nivel primordial, nos sentiremos inevitablemente más atraídos por personas que parezcan sanas, fuertes y seguras, que tengan sensibilidad emocional, sentido de la protección y, al menos aparentemente, de la lealtad. Naturalmente, estamos condicionados por la evolución a querer a alguien cuyos genes podrían combinarse mejor con los nuestros para «mejorar» a nuestra raza. Pero, ¿por qué estamos tan apagados cuando el objeto de nuestros deseos busca lo mismo en nosotros?
La verdad es que, en el fondo, una parte de nosotros se siente indigna de amor. Una parte de nosotros se siente insegura acerca de nuestro propio valor. Así que cuando alguien se acerca a nosotros mostrando interés, asumimos que tiene ,por lo tanto, menor valor. Nos hemos entrenado involuntariamente en creer que cualquiera que se sienta interesado por nosotros será profundamente defectuoso, «de menor categoría». Es un pensamiento tan común que es posible que una persona pierda el interés en el mismo segundo que el otro se lo demuestra. Sin poder evitarlo, lo vemos como una bandera roja.
El subtexto de esta dinámica es: «¿Qué problema tienes? ¿Por qué absurda razón te intereso yo?». En cambio, somos mucho más complacientes participando en una persecución o teniendo el corazón roto porque alguien que nos interesa nos ha rechazado. Eso se ha convertido en una zona segura. Tenemos películas que nos hagan sentir menos solos y listas de reproducción melancólicas que nos pueden durar toda la vida. El rechazo se siente mejor que el afecto que -erróneamente- consideramos injustificado.
Así que, sí, parte de ello son impulsos naturales: queremos encontrar una pareja que sea inequívocamente valiosa. No obstante, una parte aún mayor es producto de una inseguridad inconsciente que se interpone entre nosotros y la felicidad potencial.
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