Limerencia es una palabra que tiene encanto, es sonora, delicada e inspira diversas ideas. Ahora bien, hay algo que debemos tener claro desde el principio: este término no tiene raíces latinas, carece de etimología porque se inventó en los años 70.
Fue la psicóloga Dorothy Tennov quien la ideó porque le agradó la musicalidad que ofrecía, y porque necesitaba una palabra que recogiera las ideas que deseaba transmitir sobre sus estudios de relaciones afectivas.
Limerencia da forma a esa obsesión mental que tenemos hacia otra persona donde el romanticismo, y esa atracción cegadora, nos aboca ante todo a focalizar de forma desesperada nuestra vida alrededor del ser «deseado».
Puedes pensar que es algo normal en toda relación, porque… ¿Quién no se ha obsesionado con alguien de clase alguna vez? En realidad todo tiene un límite y un equilibrio. Y el límite en este caso está en el sufrimiento: en ocasiones llegamos a obsesionarnos con que la otra persona «no nos quiere como nosotros a él o a ella». Algo así genera frustración, desesperación e infelicidad en muchos casos.
Hoy en nuestro espacio queremos hablarte un poco más sobre la Limerencia.
¿Practicas la LIMERENCIA en tus relaciones afectivas?
Dorothy Tennov sacó en 1977 un libro en el que ofrecía al mundo una nueva palabra que incluir en su vocabulario afectivo: limerence. Su trabajo, de varios años de estudio, se tituló «Love and Limerence: The Experience of Being in Love», y fue un notable éxito.
Para llevarlo a cabo y determinar ese nuevo término, entrevistó a más de 500 personas para ahondar un poco más en el amor, en su comprensión, vivencias y expresiones. De todas esas confidencias personales, le llamó la atención una forma de relación que a pesar de que no siempre traía la felicidad, era una de las más comunes.
Estás serían las características básicas:
- Quien experimenta limerencia se preocupa, piensa y focaliza su vida sobre la otra persona de un modo muy intenso, convirtiéndose muchos casos en una obsesión.
- Expresiones como «es que no se me va de la cabeza», «no puedo pensar en nada más», o «cuento las horas para volverlo/a a ver» serían las más comunes. A pesar de que esto es lo que todos experimentamos al enamorarnos, imagina esas situaciones en que, verdaderamente, alguien queda casi inmovilizado ante esta emoción.
- Sentimos una alta necesidad por conocer cada aspecto sobre la vida, los pensamientos y deseos del ser amado. Es algo involuntario, es una obsesión que no se puede controlar pero que en muchos casos puede llegar a incomodar a la otra persona. Puede sentirse amenazado/a incluso.
- El sexo no es esencial. Para la persona limerente son las emociones lo que más pesa, el saber que la pareja es capaz de quererle de igual forma, que todo lo que uno hace es bien recibido, que el amor va más allá del contacto físico y que es casi como una predestinación.
- Se pueden llegar a extremos de sufrir auténticos ataques de ansiedad al pensar que podemos ser rechazados o que la otra persona deje de amarnos.
- Hay una magnificación sobre el ser querido: es el más atractivo, el más perfecto, es una criatura ideal hecho solo para dar felicidad.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que también podemos experimentar limerencia por alguien «que ni siquiera sabe que existimos». En muchos casos, la persona limerente se caracteriza por una gran timidez, y el propio temor a ser rechazado/a es lo que le impide acercarse a la persona que le atrae.
Como podemos ver, por muy bien que nos suene la palabra «limerencia» está asociada a una pincelada de intenso sufrimiento. Y el amor, nunca debería ser dolor, lágrimas y obsesión, debería ser ilusión, libertad, alegría y compromiso con uno mismo por su autoestima y con los demás.
Así que ahora dinos…¿has experimentado limerencia en alguna ocasión? Si te ha gustado este artículo descubre también el síndrome de Anna Karenina, el amor que destruye.