Desde los inicios de la humanidad, ha existido la figura de la curandera. En muchas civilizaciones, las mujeres se encargaban del cuidado de su familia y comunidad, atendían a los partos y procuraban la salud de sus allegados mediante la recolección y uso de numerosas plantas medicinales. Desde la antigua Roma y Grecia, hasta la cultura hebrea y azteca, las mujeres han sido sanadoras o parteras. Pero, con el transcurso de la Historia, se comenzó a mirar con malos ojos a la curandera e incluso se la tachó de bruja o hechicera por practicar la magia negra y hacer pactos con el demonio.
¿Quién era una curandera en la antigüedad?
Dice Jeanne Achterber que la mujer siempre ha sido curandera:
«Un gran número de culturas diversas, y ampliamente ubicadas, han tenido mitos desde tiempos muy remotos en los que las mujeres eran las únicas guardianas de las artes mágicas”.
Estas curanderas o sanadoras ejercían de médicas, comadronas y anatomistas, pero además practicaban abortos, actuaban como enfermeras y recolectaban hierbas medicinales.
Muchas figuras y deidades femeninas a lo largo de la Historia han estado ligadas al arte de la sanación. Y también al de los hechizos. Es el caso de la diosa griega Circe, famosa por sus conocimientos de herboristería y medicina. Y más conocida aún por convertir a los marineros de Ulises en cerdos, tal y como relata la Odisea.
Sin embargo, la relación entre las mujeres y las fuerzas sobrenaturales no causó mayor perturbación hasta bien entrada la Baja Edad Media. Es entonces cuando muchas mujeres comenzaron a ser criticadas, e incluso atacadas. Al promulgarse leyes que prohibían el ejercicio de la medicina de todas aquellas personas que no tuvieran estudios, el cuidado de la salud quedó en manos de los hombres. Si bien es cierto que hay que destacar también el influjo que tuvo la Iglesia en el proceso que acabaría desprestigiando a la figura de la curandera, por el que la brujería dejó de considerarse benéfica y la magia negra dominó a la magia blanca.
De curanderas a practicantes de hechizos y magia negra
En un principio, el uso de los hechizos, plantas medicinales, rituales, o la invocación a los dioses y fuerzas de la naturaleza, no estaban limitados a los hombres. De hecho, varias figuras femeninas del cristianismo se dedicaron a la medicina. Tal es el caso de Santa Fabiola (siglo IV), una divorciada convertida al cristianismo que dedicó su vida al cuidado de los enfermos. San Jerónimo escribió sobre Fabiola que «ha sido la primera que ha construido un hospital para acoger a todos los enfermos que encontraba por las calles: narices corroídas, ojos vacíos, pies y manos secas, vientres hinchados, piernas esqueléticas, carnes podridas con un hormiguero de gusanos… Cuántas veces, personalmente ella ha cargado a enfermos de lepra… Les daba de comer y hacía beber a aquellos cadáveres vivientes una taza de caldo…”.
Explica Ute Seydel que con el auge del cristianismo en Europa, el contacto con las fuerzas sobrenaturales se convirtió en un ejercicio único del varón, de tal forma que la mujer no podía aspirar más que a ser monja y perdió posibilidades sacerdotales. En cuanto a la figura de la curandera, hay que recalcar que si bien es cierto que las mujeres aún se encargaban del cuidado de sus familias -y las religiosas de atender a los enfermos-, demasiados fueron los casos en los que fueron acusadas de brujería por su relación con los cultos, hechizos, hierbas medicinales, e incluso por sus labores como parteras.
Lo más destacable es que muchas de las acusadas por brujería eran mujeres emancipadas, que no dependían de ningún hombre. Y que, en muchos casos, elaboraban remedios caseros. El hecho de que fueran hábiles sanadoras, levantó la suspicacia de algunos religiosos, que vieron sus conocimientos como una prueba sólida de un pacto con el diablo. Y es que, según la lógica de aquel entonces, si las mujeres no podían acudir a la universidad, difícilmente podrían adquirir los conocimientos que poseían. Este supuesto le costó la vida a miles de mujeres, que fueron condenadas y quemadas en la hoguera en medio de un clima de miedo y superstición.
El culto a la Virgen y la eclosión de las brujas
La figura de la Virgen tal y como la conocemos hoy en día, se remonta a los siglos IV y V. La resistencia del cristianismo por que la Virgen fuese venerada, se relaciona con una supuesta maldad femenina de Eva que desembocó en el pecado original. Finalmente, y a pesar de la resistencia de parte de la Iglesia, se adoptó el culto a la Virgen, que representaba a la mujer caritativa, protectora y virginal.
Esta idealización de la mujer abrió la puerta a un fenómeno que se ha arrastrado hasta nuestros días: la condena de la mujer que nada tiene que ver con este patrón. Y es a esa mujer, a la bruja, que representa al mal, a la que se comenzó a asociar con el diablo.
Anna Göldin, la última europea condenada por magia negra
Las acusaciones de brujería se dilataron durante varios siglos en la historia del viejo continente. De hecho, Anna Göldin es considerada como la última bruja de Europa. Fue ejecutada por brujería en Suiza, nada menos que en el año en 1782. El día que comenzó a trabajar en casa de los Tschudi, la vida de esta sirvienta se precipitó hacia la condena. Al poco tiempo de trabajar allí, fue acusada de haber tratado de envenenar a una de las hijas del matrimonio Tschudi mediante un hechizo. En medio del revuelo que generó este caso insólito para la época, Göldin fue torturada de tal forma que finalmente aceptó por confesar que era una bruja. Este caso, acontecido en plena Ilustración, no solo levantó polémica entonces, sino que ha sido reivindicado en los últimos años. Como símbolo de justicia, hace diez años se inauguró en Glaris, la localidad natal de Göldin, un museo en su honor.
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