Cualquier ser humano actual desciende de una saga de vencedores. Somos los supervivientes de millones de linajes que se han quedado por el camino, en este hecho parece residir la respuesta a nuestra pregunta ¿Por qué queremos ganar y odiamos perder?
¿Por qué queremos ganar y odiamos perder?
Como hemos dicho, nuestros ancestros lucharon para que llegásemos hasta aquí. Han peleado por el alimento, por el territorio o por reproducirse y han salido victoriosos. El cuerpo y la mente humana se han unido para producir en el individuo que gana una sensación placentera que lo impulse a seguir intentando ganar y así, sobrevivir. Actualmente no necesitamos esta implicación física, pero nuestro cuerpo continúa proporcionándonos una intensa satisfacción con la victoria.
Cuando ganamos en nuestro organismo se producen una serie de reacciones físicas y psíquicas, una especie de explosión. Aumenta la rapidez de nuestros reflejos e incluso nuestra visión se agudiza. Mentalmente nos sentimos más poderosos y fuertes, nuestra mente trabaja con mayor eficiencia y nos sentimos bien. Todo esto es efecto de la dopamina que estimula los centros cerebrales que producen placer, la testosterona y la adrenalina que a través de nuestra sangre aceleran la recuperación y nos dan energía y las endorfinas cuyo resultado es la euforia y la disminución de cualquier dolor. Ganar representa un gran cantidad de sensaciones maravillosas tanto para nuestro cuerpo como para nuestra mente.
No nos gusta perder, incluso si sabemos que no existen posibilidades de ganar, en general, nuestra mente hace que ni lo intentemos. La derrota produce en nosotros efectos devastadores y como los conocemos no queremos volver a sentirlos. Eso hace que la mayoría de seres humanos no seamos temerarios. Sabemos instintivamente, desde el principio de la humanidad, que los inconscientes temerarios no viven mucho. Calculamos y estudiamos las posibilidades de ganar, y si no existen, evitamos esa lucha. No queremos perder.
Ante la derrota nuestro cuerpo y nuestra mente reaccionan mal. Cuando presentimos que vamos a perder, bajan las endorfinas y la dopamina, nos sentimos fatal y se dispara el cortisol, la hormona del estrés. La ansiedad y el malestar nos dominan. El corazón late más despacio y hace que la sangre llegue más lentamente a nuestros órganos. Nuestro cerebro registra todas estas alteraciones y hace que odiemos perder, lo asociamos con todos estos procesos negativos. Esta es la explicación científica a: ¿Por qué queremos ganar y odiamos perder?
Los psicólogos aconsejan gestionar bien nuestras emociones, a veces, aun a riesgo de perder y sentirnos mal, vale la pena arriesgar.
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