La hagiografía o historia de los Santos tiene muchísimas curiosidades, pero ninguna como la de San Guinefort, un perro del siglo XIII que fue considerado santo en muchos lugares aunque la Iglesia Católica prohibió expresamente su culto en varias ocasiones. El fervor popular no lo abandonó e incluso lo representó con figura humana para que no se reprobase su veneración. Su historia es realmente interesante y se consideró un «Santo popular», reportándose durante siglos varios supuestos milagros ocurridos en su tumba. ¡Acompáñanos a conocerla!
San Guinefort, el Perro Santo
La historia quedó reflejada en 1250 en los escritos del inquisidor dominico Esteban de Borbón, que recopiló más de 3.000 relatos relacionados con la fe, haciendo hincapié en el dudoso origen de algunos de ellos.
La historia de San Guinefort empieza en Villars-les-Dombes, un señorío de lo que hoy es la región de Auvernia-Ródano-Alpes en Francia. El Señor del lugar partió de cacería y dejó a su hijo durmiendo en su cuna vigilado por un perro lebrel llamado Guinefort.
Al volver de la cacería se acercó a la habitación del infante y al entrar se lo encontró todo revuelto, la cuna tumbada en el suelo y a Guinefort que lo miraba con la boca llena de sangre. El caballero supuso que el can había matado a su hijo por lo que sacó su espada y le asestó un tajo, matándolo. En ese momento, oyó un llanto que salía de debajo de la cuna volcada. Era su hijo, estaba sano y salvo. Al recogerlo, encontró a su lado el cadáver ensangrentado de una víbora. Guinefort había salvado al niño del la mordedura del letal animal.
El caballero, arrepentido de su acción, recogió el cuerpo del perro y lo enterró en un hoyo profundo, lo cubrió con piedras y plantó árboles a su alrededor. A partir de ese momento los lugareños consideraron a Guinefort un santo mártir protector de los niños y muchas personas se acercaban a la tumba con sus hijos implorado su ayuda para curarlos o para enmendar su mal comportamiento.
Esteban de Borbón recoge en sus escritos numerosos rituales y ofrendas que las madres practicaban en la tumba de San Guinefort para conseguir su intercesión y que le parecían engaños del diablo. A pesar de este informe y de las repetidas prohibiciones por parte de la Iglesia Católica, el culto a San Guinefort siguió siendo muy popular hasta los años treinta del siglo XX.
La historia de San Guinefort es muy semejante a la de la leyenda de un perro llamado Gelert muy popular en el pueblo de Beddgelert en el noroeste de Gales.
Como curiosidad añadiremos que la figura de San Guinefort es confundida muchas veces con la de San Cristóbal, ya que a éste último se le representa en ocasiones con cabeza de perro. Según la tradición oriental, San Cristóbal era un enorme perro que fue obligado a enrolarse en las legiones romanas en la unidad de los marmaritas. Cristóbal conoció a Jesús, se arrepintió de sus anteriores malas acciones y, como premio, Jesús le dio apariencia humana. Él, agradecido, dedicó su vida al servicio de la religión.
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