Tal vez debido a la literatura, el cine y la televisión tendemos a asociar los asesinos seriales con las grandes ciudades de Occidente: Londres, París, Hamburgo, Nueva York, Los Ángeles; sin embargo, esta especie criminal parece prosperar en cualquier lugar del mundo donde haya grandes concentraciones urbanas, con índices elevados de miseria moral y física, como fue el Londres decimonónico de Jack el Destripador, o el Mumbai del siglo XX de Raman Raghav.
El “Jack el Destripador” de Mumbai
Con este apodo pasó a la historia de las páginas rojas el asesino indio Raman Raghav, aunque su parecido sea relativo, pues cometió un mayor número de asesinatos y eventualmente fue capturado.
Su historia se conoce en gran medida gracias a dos libros publicados por el policía que coordinó el equipo que lo capturó, Ramakant Kulkarni, que además inspiró una película en 1991 y otro largometraje actualmente en realización.
Los crímenes de este destripador asiático se hicieron en dos oleadas sangrientas: los primeros 19 homicidios los cometió entre 1965 y 1966, y la segunda tanda fue en 1968, e interrumpida por su captura.
Raghav no se especializó en prostitutas, como su contraparte londinense, sino que asesinó gente humilde en forma indiscriminada, hombres, mujeres y niños que sobrevivían en los suburbios pobres de Mumbai, y que generalmente dormían a la intemperie, en calles y plazas.
Su modus operandi tampoco era muy sofisticado: sorprendía a sus víctimas cuando estaban durmiendo y les aplastaba la cabeza.
Al principio, por tratarse de gente muy humilde, el nexo entre los crímenes pasó desapercibido, pero pronto comenzó a correr el rumor de que se trataba de un asesino con poderes sobrenaturales, y finalmente la policía comprendió que se trataba de un asesino en serie.
Se desplegaron más de 2.000 agentes para patrullar las calles, pero eso no evitó que la ciudad entrara en pánico, especialmente en los suburbios del norte, donde se encontraba la mayor población de indigentes.
Raghav fue detenido como sospechoso durante la primera oleada de ataques, pero fue liberado poco después por falta de pruebas. Hay que agregar que el miedo empeoró las cosas al propiciar ataques de la multitud a indigentes que consideraban sospechosos.
La captura
Ramakant Kulkarni asumió el caso cuando se reiniciaron los asesinatos en 1968. A través de la evaluación de evidencias y del testimonio de algunos sobrevivientes se pudo hacer una imagen del sospechoso que fue reconocida por uno de los subinspectores del equipo de Kulkarni y que condujo a la detención de Raghav.
Raman Raghav era un hombre alto y corpulento, perteneciente a la etnia tamil, de escasa educación y sin hogar; como muchos en Mumbai, vivía en la calle.
El interrogatorio fue bastante peculiar: los dos primeros días se negó a hablar; el tercero, al preguntarle uno de los inspectores si quería algo, pidió pollo. Saciado su deseo pidió nuevamente pollo y luego una prostituta, aunque sabía que se la iban a negar, y luego fue complacido con un espejo, un peine y brillantina. Después de peinarse preguntó si lo habían detenido por los asesinatos, y procedió a confesar.
Raghav llevó a la policía hasta un matorral donde escondía una barra de hierro y cuchillos de varios tamaños que utilizó en sus crímenes.
Confesó 41 asesinatos, pero la policía cree que las víctimas pudieron ser muchas más. Cuando se le preguntó por qué lo había hecho contestó que estaba siguiendo instrucciones de Dios.
Pero sólo un dios de miseria y horror sería capaz de dar semejantes instrucciones. La locura ataca por igual, no importa el origen de la persona. Lee también sobre la maldad como rasgo hereditario.