Historias reales de cuentos de hadas en donde una chica pobre y honesta se enamora de un príncipe, se casan y viven felices para siempre, o al revés, un chico sin recursos pero con mucho entusiasmo se enamora de la heredera de una fortuna industrial, se casan y viven felices para siempre. No es nada común, pero en muy contadas ocasiones sucede.
La historia que te traemos no tiene nada que ver con este argumento. Si recuerdas el cuento de La Cenicienta, la hermosa chica huérfana de madre tiene que vérselas con su malvada madrastra y sus dos insoportables hermanastras, y “pagar” su estadía en casa con el servicio doméstico, que más que servicio es esclavitud.
La que nos ocupa por desgracia es muy común, demasiado: hablamos de las cenicientas de todas las casas y de todos los países, sin salida y sin príncipes que las rescaten, poniendo en evidencia los signos de la esclavitud del siglo XXI.
Una chica en Indonesia
En 2013, y como cientos de miles de chicas jóvenes inmigrantes, Erwiana Sulistyaningsih se mudó de Indonesia a Hong Kong en busca de mejores perspectivas económicas. Se apuntó a una bolsa de empleadas domésticas y, pensó, le iría bien, ya que cualquiera de las pudientes familias podría necesitar de sus servicios.
Así fue, la señora Law Wan-Tung, de 44 años, bella y elegante, la contrató por 400 euros mensuales, sueldo que a Erwiana le pareció más que bueno. En Hong Kong, siendo ahora parte de China –un país comunista–, las empleadas domésticas están obligadas a vivir con sus empleadoras; es una manera de evitar las incómodas inspecciones de Inmigración y de tapar de cierta forma el hecho de que siendo un país comunista aún haya “empleadas domésticas”.
Una chica en Hong Kong
Instalada en la nueva casa, limpiando, fregando, lavando, cocinando, la vida de Erwiana daría un vuelco de 180º. La amable patrona dejó de ser amable, le confiscó su pasaporte y decidió que no le seguiría pagando, pero ella debería trabajar extenuantes jornadas de 18 y 20 horas.
Era esclava, sin derechos de ninguna clase, porque tampoco podía quejarse de semejante trato, ¿dónde, además, si era inmigrante, no tenía papeles y estaba sola y pobre?
Pero la pesadumbre de nuestra chica no terminó allí. Un día en que se quedó dormida, por lo cansada que se encontraba, la malvada patrona entró a su cuarto y sin más comenzó a pegarle; a partir de ese día, Erwiana durmió en el suelo y sólo le era permitido comer dos boles de arroz con pan al día, además de dos tazas de agua.
Claro que ella intentó escapar, pero las represalias y el castigo que obtuvo fueron prácticamente inhumanos: Law Wan-Tung le rompió la nariz y varios dientes a puñetazos, y todos los días la golpeaba. Nunca la llevó al médico.
Esta vida horrenda y llena de torturas duró seis meses, en los cuales la salud de Erwiana se vio seriamente afectada. La terrible empleadora la mandó de vuelta a Indonesia, amenazándola de mandar a matar a su familia si acaso se le ocurría hablar.
Volvió a casa cubierta de quemaduras, contusiones y heridas abiertas, casi sin ver y apenas capaz de caminar.
Una historia con un buen final
Con sólo 9 dólares en sus bolsillos, nuestra heroína retornó a su casa. Al recuperarse, y animada por su familia y algunos activistas, tuvo la valentía de acusar a la bella y elegante Law Wan-Tung.
Esto sucedió en Hong Kong, en 2013. La señora Wan-Tung enfrentó serios cargos, entre los que se contaron lesiones corporales y asalto común, y fue condenada a 6 años de prisión y a pagar una multa.
Fue una victoria sin duda. Por primera vez, una empleada doméstica indonesia logra ser escuchada.
Y aún queda mucho trabajo por hacer: esta auténtica heroína moderna está luchando por mejorar las leyes y que éstas protejan a miles de mujeres y hombres que se han visto en situaciones similares a la suya, que forman parte de una población vulnerable y casi siempre invisible. Como reconocimiento, en abril de 2014 fue nombrada una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time… obviamente esto es mucho mejor que casarse con el príncipe, ¿verdad?, a pesar del sufrimiento y del maltrato.
Anímate a leer otra historia de mujeres valientes, como la de Olympe de Gouges, o de Hypatia de Alejandría, y comparte con nosotros tu opinión.