El imponente obelisco de la plaza de San Pedo del Vaticano es uno de los símbolos más representativos de la cristiandad y, en esencia, del poder papal. Algo contradictorio, sin duda, y hasta irónico si pensamos que dicho monumento dispone de un origen claramente pagano con más de 4.000 años de antigüedad.
Con 25 metros y 320 toneladas, se alza con un aire imperturbable y a la vez desafiante desde que el Papa Sixto V decidiera colocarlo en frente de la Basílica de San Pedro en 1586, en memoria del trágico final de San Pedro en el Circo de Nerón. De ahí, que se le conozca también como el “testigo mudo”. ¿Te gustaría saber más sobre la historia de este famoso obelisco?
El «testigo mudo» que fue traído desde Egipto
Fue en el tiempo de la antigua Roma cuando se encendió, por así decirlo, este fervor por los obeliscos. Al igual que los Tolomeos en su momento, los romanos veían en estas representaciones artísticas en forma de agujas imponentes, un símbolo de poder y un modo de embellecer aún más las calles y las plazas. Así que ¿por qué no arrancarlos de sus emplazamientos originarios y llevarlos a Europa? Y así fue, no dudaron en saquear los antiguos templos egipcios para trasladarlos a Roma. Y fueron muchos, desde luego, fueron varios los países que incluso a día de hoy, siguen luciendo en sus ciudades estas piezas robadas que podemos ver tanto en Roma, como en París o Estados Unidos.
Y es probablemente, el que se alza en la plaza de San Pedro el más famoso de todos ellos. Aquel que sobre el año 40 d.C, el emperador Calígula quiso tener en su circo al verlo en el Foro Juliano. Para ello, no dudó en desarrollar un navío casi «titánico» (recordemos que Calígula estaba obsesionado con esos grandes barcos), con el cual trasladar ese obelisco de granito hasta Roma. Lo dedicaría al dios sol y también a sus antecesores: Augusto y Tiberio. Más tarde, en tiempos de Nerón, se convertiría en el mayor circo de Roma, aquí donde el apóstol San Pedro sufrió su famoso martirio.
Pero ¿de dónde procede en realidad nuestro famoso obelisco? Los expertos mantienen que, lo más probable es que perteneciera al Bajo Egipto y que se erigiera en la famosa Heliópolis. Muy seguramente ese bello granito procediera de la cantera de Asúan, y probable también que, tras las invasiones persas y la fundación de Alejandría, el emperador Augusto fuera el primero en fijarse en él para ordenar su desplazamiento y levantamiento en el Foro Juliano, donde, posteriormente, el propio Calígula lo quiso para su circo romano.
El papa Sixto V y su obsesión por el obelisco del circo Romano
La peregrinación del obelisco egipcio no terminó en absoluto en el circo Romano de Calígula y posteriormente de Nerón. Estamos en el siglo XVI y el Papa, Sixto V, desea embellecer Roma. Para ello le pide al arquitecto Domenico Fontana, que traiga el obelisco del Circo maximus de Nerón hasta el centro de la famosa plaza proyectada por Bernini. Y debía ir con sumo cuidado, porque aquel obelisco era de los pocos que aún permanecían intactos y dotados de una espléndida belleza. ¿Puedes imaginar cómo lograron trasportarlo y erigirlo de nuevo sin sufrir ni el más mínimo percance? La ingeniería fue perfecta. Utilizaron 900 hombres, 75 caballos, cientos de poleas y metros de cuerda.
Si los romanos lo consiguieron en tiempos de Calígula ¿cómo no iba a lograrlo el propio Fontana? Desde luego que lo hizo, y así quedó reflejado en sus trabajos titulados: “Del modo tenuto nel transportare l´obelisco Vaticano”. De hecho, Roma, es la ciudad que más obeliscos egipcios alberga, casi trece, y todos cuentan una historia fascinante de expolios, guerras, ataques y ansias de poder a lo largo de diversas épocas, civilizaciones y religiones.
El que se alza en la ciudad del Vaticano es muy singular, ya que carece de inscripción alguna. Un testigo mudo que intenta representar el martirio de un apóstol, un monumento que a decir verdad, nada entiende de este mundo extraño capaz de transportarlo de un país a otro para representar distintos cultos. Pero sea como sea, su belleza nos sigue imponiendo y fascinando.
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