En Supercurioso te hablamos de las criaturas marinas que vivieron hace millones de años y que nos dejan sin aliento. En esta ocasión queremos hablarte de un ave que de cruzártela en su momento también te habría dejado desconcertado: la Moa.  

Una historia no tan antigua

La silueta de aves gigantes sobrevuela la imaginación de los seres humanos desde tiempos inmemoriales, por lo que no es tan extraño ver en films de los años cincuenta o en otras más recientes, como 10.000 a.C. (2008), pájaros gigantes, semejantes a pollos, de tres metros o más, persiguiendo y devorando humanos.

Sir Richard Owen junto a un fósil Moa en 1879
Sir Richard Owen junto a un fósil Moa en 1879

Puede ser gracioso, pero también hasta cierto punto verdad, si la historia se hubiera desarrollado en Nueva Zelanda hace más de quinientos años, y el encuentro hubiera sido entre un maorí y una moa.

Moa

Las moas no eran una sino diez especies que ocupaban  las islas de Nueva Zelanda, donde prosperaron durante miles de años gracias a la ausencia de grandes mamíferos y otros depredadores. Fueron clasificadas, en general post mortem (pues se hizo estudiando huesos y otros restos), como pertenecientes a la familia Dinornithidae (que en una traducción más o menos libre vendría a ser “grandes pájaros”, así como dinosaurio significa “gran lagarto”). Es una familia extinta, que comenzó este camino cuando llegaron los primeros hombres a estas islas, entre el 800 y el 1.300 d. C.

Recreación de un Moa a principios del siglo XX
Recreación de una Moa a principios del siglo XX

Las especies de moas iban desde las del tamaño de un pollo hasta los gigantes de más de tres metros de altura y doscientos cuarenta kilogramos y debieron ser presa fácil para los polinesios, sus mascotas y otros animales que los acompañaron en el poblamiento de estas hermosas islas. No volaban y anidaban en el suelo, lo que debe haber facilitado la destrucción de los huevos y la muerte de los polluelos.

El descubrimiento y la extinción

Aunque para algunos autores las moas se habían extinguidos para el siglo XV, es posible que quedaran algunos ejemplares en las zonas más remotas de las islas; sin embargo los maoríes, únicos habitantes de estas islas, no informaron a ninguno de los primeros visitantes europeos de la existencia de estas aves, ni al holandés Abel Janszon Tasman, que estuvo en 1642 y bautizó las islas con el nombre de Nueva Zelanda; ni al capitán y célebre explorador inglés James Cook, en 1769. No fue sino hasta principios del siglo XIX que se registraron informes de cazadores de focas norteamericanos sobre grandes huesos de esta extraña ave, aún con restos de carne.

Rara Avis

A pesar de rumores y especulaciones sobre avistamientos de esta ave en sitios alejados de Nueva Zelanda lo más seguro es que nunca lleguemos a ver un ejemplar vivo. Sin embargo, gracias a los huesos y a las plumas, se han podido hacer reconstrucciones fieles de cómo era, y por los testimonios de sus exterminadores algo se sabe de cómo actuaban.

Huellas de una Moa
Huellas de una Moa

Tenían dos veces el tamaño de un hombre, anidaban en el suelo y se defendían dando fuertes golpes con sus patas. Los huesos eran gruesos y pesaban casi tanto como los de un elefante y las alas habían desaparecido casi por completo. Además del ser humano tenía otro rival descomunal: las águilas de Haast (Harpagornis moorei), un ave de presa gigante hoy también desaparecida.

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