Hablemos hoy de máscaras de la muerte. No de la «máscara de la muerte roja», como nos sugeriría Edgar Allan Poe, sino como parte de esa tradición que hubo a lo largo de muchos momentos de nuestra historia, y que, a día de hoy, solo se practica en algunos países pero de modo más esporádico y por razones artísticas.
Pensemos por un momento en las fascinantes y siempre bellas máscaras mortuorias del Antiguo Egipto, ahí donde se buscaba ante todo, no solo cubrir el rostro del difunto, sino conectar al muerto con el otro mundo, y a su vez, honrarlo como merecía.
En los siglos posteriores se perdió esa belleza estética para pasar ya al simple molde de las facciones del cadáver, mediante el cual, conservar un recuerdo, una impronta de la persona. Algo muy parecido a lo que ya te contamos en Supercurioso con la desconocida del Sena, la mujer más besada del mundo.
Estamos seguros de que este tema te va a parecer fascinante. ¿Nos acompañas?
La máscara de la muerte, un retrato eterno del fallecido
A día de hoy, contamos con numerosas máscaras mortuorias. En este artículo puedes ver por ejemplo las facciones sin vida de Napoleón, de Bethoveen e incluso del inolvidable Dante Aliguieri. No obstante, no dejan de parecernos algo inquietantes, algo morbosas… Como sombras de una muerte en rostros de hombres que hicieron o crearon grandes cosas. Hay en ellas mucha quietud e incluso algo de desasosiego.
Se sabe que esta costumbre empezó ya en el Antiguo Egipto, con la intención de dar fuerza al espíritu del muerto y protegerlo de entidades malignas hacia el más allá. Y una de las máscaras más hermosas con las que seguimos contando es, sin duda, la de Tutankamón. Más tarde, en el siglo XIX, el arqueólogo Heinrich Schliemann descubrió que esta práctica se llevaba a cabo también en Micenas, aunque en este caso, lo que se hacía era «recubrir» los cráneos con máscaras de oro.
¿Y qué hay de Roma? ¿Se practicó también este arte durante este periodo? Desde luego, para honrar la memoria de las personas queridas o de grandes dignatarios, lo que se hacía primero era un molde en cera de las facciones del fallecido, para después, reproducirlos en otros materiales más duraderos. No obstante, se conservan increíbles máscaras de esta época como la hallada en Meir, cerca de Egipto, donde la técnica era realmente curiosa y llamativa. Se hacían a base de capas de lino, fibras de madera, yeso o cal. Increíbles obras de arte con las que recordar a los difuntos.
Más tarde, llegada la Edad Media, se utilizó exclusivamente el yeso o la cera, y tenían no solo una finalidad fúnebre, es decir, para homenajear a la persona, sino que se dejaban en sitios públicos para que fueran admiradas por el pueblo. A medida que pasaron los siglos, este arte quedó reducido en especial para personas relacionadas con el mundo de las letras, del arte y de la música, de ahí que contemos con esos rostros impenetrables sumergidos en el descanso de la muerte, a través de personas como John Keats, Frederic Chopin, Beethoven, Joseph Haydn, Dante Alighieri, Filippo Brunelleschi o incluso Voltaire.
Cabe destacar también que el mundo de la ciencia y la medicina forense, se interesaron siempre por este tipo de máscaras, no obstante, se tomaban también de personas vivas con la idea de estudiar la fisionomía humana en relación con el comportamiento, con la personalidad criminal, por ejemplo. Un tema interesante que creó en su momento un tipo de literatura dotada de gran controversia.
Y ahora dinos, ¿qué sensación te produce ver este tipo de máscaras? ¿Existe en tu país algún tipo de tradición relacionado con las famosas máscaras de la muerte? No dudes en dejarnos tus comentarios para poder enriquecernos entre todos.
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