La guerra es un horror. Un mal que todo ser humano quiere evitar a toda costa. Lo peor es que no beneficia a nadie más que a los cuatro que mueven los hilos y que son los únicos que no se mojan en el conflicto que han generado. Crudo pero cierto. Y los horrores de la guerra son tales que muchos de los que por ‘ley’ estaban obligados a ir han llegado a inventar tretas realmente repugnantes para evitar tener que asistir. Esta es la historia que cuenta cuándo las prostitutas enfermas llegaron a ser más caras que las que presentaban buenos signos de salud, a causa de la guerra.
Increíble, pero cierto
Seguramente ya habrás deducido con la introducción por qué las prostitutas enfermas y portadoras de alguna enfermedad venérea eran más caras que las que no tenían ninguna enfermedad contagiosa, pero si no es así sigue leyendo.
La prostitución estuvo siempre asociada a la guerra. Es un aspecto oscuro pero muy real. Los hombres se sentían solos, pasaban mucho tiempo fuera de casa y lejos de la familia, así que al final, las prostitutas eran una vía de escape para aliviar la soledad y desconectar de una guerra que los mantenía siempre al borde de la muerte.
A principios del siglo XX, las condiciones higiénicas en las que trabajaban las prostitutas eran bastante precarias en comparación con las que podría haber en la actualidad así que las enfermedades estaban a la orden del día. Algunas de las enfermedades sólo eran molestas pero otras podían incluso causar la muerte lo que en sí debería hacer a una persona tratar de evitar por todos los medios un contagio. Sin embargo, muchos soldados preferían correr el riesgo de morir a causa de una enfermedad, antes que morir bajo un fusil del enemigo o de una bomba junto a sus compañeros.
Cuando morir por una enfermedad resulta más esperanzador que morir en batalla
Durante la Primera Guerra Mundial, muchos soldados pagaban altas cantidades de dinero a prostitutas enfermas para contagiarse de una enfermedad venérea y así evitar tener que acudir al campo de batalla. Incluso llegó a montarse una especie de repugnante mercado de la gonorrea, por medio del cual los soldados trataban de infectarse pero sin llegar a tener relaciones sexuales. Es decir, compraban el pus y las mucosidades de los genitales de una persona enferma de gonorrea para untarla luego en sus genitales y así contagiarse. Con la tuberculosis se hizo algo similar.
Esto nos da una idea de lo horrible que puede llegar a ser estar en un campo de batalla viendo morir a amigos y enemigos de las maneras más crueles posibles, sin alimento y sin más compañía que el miedo y la incertidumbre de cuándo se dará el último aliento.
¡Terrorífico!