Imagina que estás en el tope de un edificio y, tal como lo haría un superhéroe, te es posible apreciar los sonidos de la ciudad con una sensibilidad extraña, casi animal. Tu cabeza se convierte en una caja resonante que nunca permanece en silencio.
Es confuso… no, más bien es un infierno captar cualquier ruido amplificado en su máxima potencia. Así sólo se tratara de una vulgar gota cayendo en el lavamanos.
Las luces,tenues o no, las percibes con tanta claridad que difícilmente puedes mantener los ojos abiertos. Son como rayos impetuosos que te perforan el iris. Todo estímulo sensorial se magnifica tormentosamente.
Si esta fuese tu condición, tomando en cuenta lo descrito anteriormente, ¿cómo crees que te sentirías al encontrarte en un club nocturno con iluminación por doquier y música estruendosa? Seguramente estarás de acuerdo con quienes lo sufren, que éste no es un “Súper poder”, es más bien la maldición de la híper percepción.
La maldición del superpoder de la híper percepción
La híper percepción se conoce en el mundo psicológico como el trastorno del procesamiento sensorial (sus siglas en inglés SPD ). ¿Lo conocías? La verdad es que es un fenómeno raro. Un estudio arrojó que entre el 5% y el 15% de la población mundial lo padece. Aunque no han determinado con precisión detalles sobre su alcance, pues ha sido vagamente explorado en comparación con otras alteraciones.
Las personas que lo sufren son extremadamente sensibles a sonidos, sabores, imágenes, texturas, aromas y cualquier otro factor que active alguno de los cinco sentidos. Toda esta hipersensibilidad radica cuando las lecturas del cerebro sobre la información que se recibe mediante los estímulos sensoriales, son imprecisas.
Por ello, un simple roce, para quienes tienen híper percepción puede sentirse como si se tratase de una lija frotando la piel o que un susurro se transforme en un estruendo. Por lo que la cotidianidad se vuelve realmente difícil. Inclusive vestirse resultaría incómodo.
Asimismo como estas personas experimentan hipersensibilidad ante olores, voces y visiones, también está el caso donde el trastorno del procesamiento sensorial afecta la capacidad para ser sensibles a estos estímulos. Es posible que quienes lo experimenten de esta forma, aseguren que no sienten dolor alguno. A menos que el impacto sea verdaderamente fuerte.
«¿Por qué no puedo morir?»
No existe tal cosa como una vida normal para estos individuos. Especialmente cuando eres niño, pues es todavía más enrevesado canalizar todas esas sensaciones fuera de lo común. Como le ocurrió a Jack Craven, que a los 6 años le confesó a su madre Lori que deseaba morir.
“Dios cometió un error cuando me creó. ¿Por qué no puedo morir?”.
Craven conoció lo que es vivir atormentado por un cúmulo de sensaciones inexplicables. Solía soltar alaridos durante las ruidosas horas de recreo porque no podía soportar su entorno. Era hipersensible y estar allí le torturaba. Además por culpa de esto, le costaba muchísimo relacionarse con chicos de su edad.
Nadie entendía con exactitud lo que le ocurría, pero sí comprendían que estaba realmente desesperado y que algo andaba mal con él, así que decidieron que recibiría educación en casa. Ahora tiene 12 años. Sus padres evitan acudir con él a ciertos lugares para protegerlo, ya que fue diagnosticado con trastorno del procesamiento sensorial.
Más sensibles que el resto
Craven es también más receptivo con las emociones humanas. Una vez, mientras se encontraba de visita médica en San Francisco, con angustia le comentó a Lori que quería largarse de allí porque había demasiada gente triste.
Rachel S. Schneider, diagnosticada a los 27 años, también comparte esta característica:
“Alguien puede entrar a una habitación y de inmediato sabré cómo se sienten y cómo me voy a sentir cerca de estas personas.”
La forma en la que ellos reciben informaciones sensoriales es mucho más desarrollada, evidentemente, que la del resto de los humanos. Por tanto, son susceptibles a notar lo que quizá -por descuido- nosotros damos por sentado. Una voz que se quiebra o una mirada cabizbaja… su híper percepción les vuelve más alerta a estas señales.
Suele confundirse con autismo
Te parecerá curioso que todavía existan especialistas que desconocen su existencia y, en el peor de los casos, hay quienes la refutan como trastorno. Mientras que otros suelen confundir el diagnóstico de SPD con autismo. Probablemente por las características afines, como el rechazo al contacto humano por sus dificultades con el procesamiento sensorial y su personalidad esquiva ante ciertas situaciones del día a día.
En la década de los 60′ fue Jean Ayres, una terapista ocupacional y psicóloga educacional estadounidense, quien identificó por primera vez la enfermedad.
En 2013, Lucy Jane Miller, antigua estudiante de Ayres, profesora de pediatría en la Universidad Rocky Mountain, en Colorado, y creadora de la Fundación SPD, publicó los resultados de su primer experimento con resonancias magnéticas para identificar diferencias estructurales entre cerebros de niños con híper percepción y los de infantes sin ningún tipo de trastorno.
Lo que observó fue notable. Sobre todo en las fracciones vinculadas a datos visuales, auditivos y táctiles, que eran radicalmente distintas entre los objetos de análisis.
Un trastorno diferente
En otra etapa de las averiguaciones, en 2014, Miller escaneó cerebros de niños autistas y con SPD. Encontró que sí hay semejanzas, aunque menores, como la que antes describimos. Pues el 90% de los niños con espectro autista tienen problemas para procesar estímulos sensoriales. Sin embargo, son más las disimilitudes entre ambos casos, razón por la cual se deben identificar como dos patrones separados.
Al ser comprobada la híper percepción como un trastorno único y verificable, Schneider consideró que de esta manera se disminuiría el sufrimiento de aquellas personas que viven alienadas por no saber el origen de lo que experimentan. Mucho se debe a que, desde que le advirtieron sobre su SPD, recibe terapias y tratamientos que hacen de su vida un poco más llevadera, como ocurriría con otros pacientes si recibieran una valoración clínica precisa.
Ella celebró que por primera vez en toda su existencia, había pruebas de que era diferente.
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