La historia de la justicia irónicamente está plagada de injusticias, como bien nos lo recuerdan los juicios de Sócrates y Jesús, los procesos judiciales adelantados por la Inquisición católica y los tribunales protestantes, responsables de miles de condenas y muertes injustas; en el siglo XX los procesos judiciales en el nazismo y en los países comunistas…
Pero no siempre la justicia adopta un sesgo tan macabro, como puede mostrarte este artículo, en el que te contamos cómo ser impotente en Francia llegó a convertirse en tema de escándalo y tribunales.
Ser impotente en la antigua Francia era una pesadilla
En su libro Condenando al inocente: una historia de la persecución del impotente en la Francia prerrevolucionaria, el historiador francés Pierre Darmon cuenta cómo durante los siglos XVI y XVII fueron relativamente comunes los juicios por impotencia masculina llevados adelante por mujeres que trataban de anular sus matrimonios.
Dado que la acusación recaía sobre el esposo, éste debía demostrar ante un grupo de “expertos” que podía mantener una erección y eyacular. El grupo, además de los abogados y los jueces, estaba constituido por una partera, un sacerdote y un cirujano.
Las acusaciones se realizaban ante tribunales eclesiásticos, y se consideraba que tenían sentido porque para la Iglesia la función principal del matrimonio y la vida sexual eran la procreación. Que una mujer no pudiera procrear era motivo de anulación, y se aplicaba la misma regla en el caso de la impotencia masculina.
Habilitar los tribunales y costear los abogados hacía que estos juicios sólo fueran accesibles a mujeres y familias de la aristocracia, por lo que cada caso solía ser un escándalo que se comentaba en todos los estratos sociales, como hoy en día los casos judiciales que involucran a políticos y artistas de cine y televisión.
En caso de que un acusado no lograra demostrar su potencia sexual en una primera exposición a los “expertos”, algo que debía ser sumamente intimidante, podía solicitar el “juicio por congreso”, que consistía en llevar a cabo el acto sexual con los expertos como testigos.
En esta inusual sesión la pareja se acostaba en un lecho y podía cubrirse con una sábana; el sacerdote y el cirujano se mantenían a cierta distancia, pero la partera se colocaba junto al lecho, para evitar cualquier truco por parte del marido. Se les daba un plazo de dos horas, y al concluir, las sábanas eran sometidas a examen.
Uno de los casos más famosos de juicio por congreso, narrado por Darmon, tuvo por protagonista al marqués de Langley, René de Cordouan, acusado por su esposa de ser impotente en 1657.
El marqués, que era un joven apuesto y admirado por las mujeres, pudo haber resuelto la demanda conyugal en una primera instancia, pero se dice que su arrogancia y exceso de confianza lo perdieron al exigir el juicio por congreso. El día del juicio una multitud se reunió a esperar el resultado y, aunque inicialmente estaban a favor del marqués, terminaron apoyando a la esposa cuando éste fracasó estruendosamente.
El nombre del marqués se convirtió en sinónimo de impotencia, y su desprestigio fue de tal magnitud que abandonó la vida cortesana y se retiró a sus tierras, lejos de París. Volvió a casarse y tuvo siete hijos, pero ni siquiera eso sirvió para que recuperase su honor entre los habitantes del país de la revolución.
Una posible moraleja de esta historia sería que no hay que tentar la justicia, pues no siempre acabará de nuestro lado; otra, que no puedes apostar todo tu honor a un solo miembro, y seguramente a ti se te podrían ocurrir varias más.
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