Desde tiempos inmemoriales nos ha acompañado la magia, esa intención con la que pretendemos intervenir en el mundo y lograr resultados contrarios a las leyes naturales.
¿De qué color puede ser la magia?
La magia (del sánscrito maga, que pasó al persa maguš, de allí al griego mageia y finalmente al latín magīa, con un significado más o menos constante de “tener poder”, “cualidad de sobrenatural”, o “ilusión”) requiere de un componente maravillante que no necesita explicarse, no necesita saber las causas de nada.
De hecho, el conocer las causas –o que el efecto no sea maravilloso–, hace desaparecer la magia, así de sencillo.
Desde que nos dimos cuenta de nuestro entorno comenzamos a ver lo que sucedía en el mundo, y allí surge entonces una magia arcaica, caracterizada por una dualidad inherente de espíritu-materia que dio origen, a su vez, al pensamiento mágico; las primeras civilizaciones diferenciaron a la magia en “magia natural” y “magias no naturales” (o filosofías ocultas).
La magia natural estaría constituida por todos los fenómenos naturales que ocurren y pueden observarse en la materia, aunque resulten, para el momento, inexplicables (los rayos, los terremotos, las lluvias, los relámpagos, etc.).
Por su parte, las magias no naturales, o teologías o filosofías ocultas, se refieren a la idea de establecer un contacto de relación con entidades espirituales o sobrenaturales, a través de la invocación, la adivinación, la cábala o la numerología.
El pensamiento mágico es fundamental dentro de la magia, como es lógico suponer, pues a través de él se considera que se tiene la capacidad de percibir y hacer alteraciones químicas y físicas de toda clase, queriendo o no, que no se sujetan siempre a las leyes de la naturaleza.
Las entidades –materiales y espirituales– que sirven a los propósitos de la magia son variadísimos, y pueden ser el rayo, el sol, el fuego, la oscuridad, las estrellas, los terremotos, los espíritus, los cuales habitan el aire, el agua, los bosques, el firmamento, las cuevas, o cualquier lugar específico de la tierra.
Se piensa que durante la prehistoria, ya el homo sapiens “mágico” habría efectuado rituales, ciertos procedimientos metódicos donde probablemente utilizaría palabras precisas, instrumentos dedicados o consagrados a la intervención o mediación de estas entidades.
De allí la gran importancia del mago en todas las culturas, persona capaz de entender o de hablar con esos espíritus. De alguna manera, la magia servía para tranquilizar a la sociedad, para dar respuesta a aquellas cosas que no tenían explicación, para ordenar el mundo, y en ese sentido, para aquel homo sapiens primigenio, la naturaleza no era abstracta, era algo directo, emocional e inarticulado a quien se dirigía en segunda persona: tú.
De aquí vendría la idea de que el cielo, el sol, la luz del día, estaban asociados a un principio superior masculino y paternal, en donde el sol representaría el vigor, la vida y la fuerza. Por otro lado, la luna, la oscuridad, la noche y la tierra se relacionaron con lo femenino, con lo subterráneo y con la muerte. Durante la noche reina la muerte, pues la vida se paraliza, y la tierra se convierte en el lugar donde residen las almas de los muertos –y por eso aparecen en la noche–; pero es que además resulta ser la madre de todo, así como el firmamento es el padre. Esto originó el culto a las diosas madres, de carácter lunar.
Según algunos autores, como Julio Caro Baroja, la magia y la religión en el mundo antiguo eran parte de un mismo sistema; prueba de ello son las religiones de los antiguos egipcios, caldeos y sumerios, pero también de Grecia y Roma.
El mago o brujo era también sanador, y como el médico, tenía el poder de curar y matar. Eso derivó en otra diferenciación: el color de la práctica mágica definía la intención con que se hacían las invocaciones o se intentaba influir en el devenir natural. Y así tenemos la magia blanca, la magia negra y la magia roja.
La magia blanca
Se supone que siempre ha habido hombres y mujeres con poderes que les permitían practicar la magia. La magia blanca se veía como benéfica, en donde la “liturgia mágica” era aceptada por la sociedad, y cuyos practicantes ayudaban a quienes lo pedían, para alejar la mala suerte o el mal de ojo, atraer el amor o mejorar las cosechas.
Estos practicantes eran los brujos o brujas, que usualmente elaboraban los talismanes, las pociones y las invocaciones, y existieron tanto en Oriente como Occidente. La magia blanca contrarresta a la magia negra o los hechizos malignos, pues busca la prosperidad y la integración del cuerpo físico con el espiritual.
La magia negra
Contrariamente a la magia blanca, la negra es un hechizo que pretende dañar mediante determinados actos –incluso a distancia–; sus motores son la envidia, la frustración, los celos, y constituía una manifestación vengativa.
De hecho, se hacía la diferenciación (en latín) para denominar a las brujas buenas y malas: a las primeras se las llamaba “magas” y a las segundas “malefica”. Usualmente se le adjetiva negra porque se quiere indicar la procedencia más baja de los instintos humanos, y luego de la llegada del cristianismo, se consideró que se adoraba al demonio.
La magia roja
La magia roja es bastante menos conocía. De hecho, ése es el color que se le atribuye a la magia dañina en el vudú, pues para esta religión el espíritu es rojo.
En otros contextos, la magia roja es una ramificación de la negra y se usa exclusivamente para satisfacer deseos personales, pero a un costo sumamente elevado (el alma, por ejemplo).
Se relaciona casi siempre con el amor y la sexualidad, y en virtud de esto, el acto sexual se convierte en un rito clave. Sus hechizos suelen realizarse los viernes porque se supone que este día hay más energía, y los hechizos funcionan de inmediato. Además, se usa la sangre y la carne, y antiguamente se la asociaba con el canibalismo, ya que comiendo determinadas partes del cuerpo pensaban que se podían adquirir las habilidades físicas o mentales de la otra persona.
Lo fundamental para la práctica de cualquiera de las magias es creer, tanto si se hace el bien como si se hace el mal; la fe es el combustible del pensamiento mágico, y a final de cuentas, es una decisión de cada persona creer o no.
¿Tú crees en la magia? En cualquier caso, te recomendamos este manual de magia de 1575, el Arbatel.