En noviembre de 2016 se cumplirán 31 años de la última erupción del volcán Nevado del Ruiz, en Colombia, una de las tragedias anunciadas más terribles de este país. Pero, de entre todos los muertos, surge la figura de una chiquilla de 13 años, Omayra Sánchez, cuyas últimas imágenes y palabras dieron la vuelta al mundo en su momento.
Este post es un homenaje y al mismo tiempo un espacio de reflexión en torno a las posibilidades de los gobiernos y autoridades en evitar, no las catástrofes naturales, sino sus consecuencias y las muertes innecesarias.
Omayra Sánchez y la tragedia del volcán Nevado del Ruiz
Después de 69 años de inactividad, un buen día de septiembre de 1985, el Nevado del Ruiz comenzó a despertarse. En el cráter del volcán se emitían flujos piroclásticos –mezcla de gases volcánicos, materiales sólidos y aire, todo muy caliente, atrapados y que se mueven a nivel del suelo– que derritieron el 10% del glaciar de la montaña, y se generaron cuatro lahares, que son flujos de lodo, escombros y tierra de la actividad volcánica, que bajaron por las pendientes del Nevado del Ruiz arrastrando todo a su paso (sólo imagínate que llenaron los cauces de los seis ríos que nacen en el volcán) dos meses después.
El pueblo de Armero, ubicado a poco más de 40 km, fue terriblemente castigado, ya que los lahares destruyeron todo; su población era de 29.000 habitantes, y el desastre mató a 20.000. Otros municipios aledaños sufrieron, como Chinchiná y Villamaría, cuyas víctimas llegaron a 3.000.
Una de estas víctimas fue una niña de 13 años, Omayra Sánchez, que estuvo atrapada en los escombros de su casa. Su historia, estremecedora, fue conocida en el mundo entero, y sus últimas horas fueron grabadas por cámaras de televisión, que siguieron las labores infructuosas de rescate.
Aquella niña, cuya tranquilidad dejaba helados a rescatadores y reporteros, estuvo tres días (así es, 72 horas con todos sus minutos) tratando de sobrevivir, atrapada entre los materiales y desechos del volcán, y sobre el cuerpo sin vida de su tía, esperando que el nivel del agua no subiera y la ahogara.
Fue imposible rescatarla, el lodo impedía cualquier movimiento. Estudiaron varias posibilidades, entre las que estaba la amputación de sus piernas, pero los médicos la descartaron rápidamente porque no tenían las condiciones necesarias ni el equipo quirúrgico para garantizar que Omaira sobreviviera.
Otra idea que exploraron fue utilizar una motobomba para succionar el lodo, pero no tenían las adecuadas. Todo fue inútil, el nivel de agua y fango subió, y a los tres días Omaira entró en coma y murió, inevitablemente, a la vista de todos, debido a la gangrena y a la hipotermia.
La peor erupción del siglo XX, después de la del monte Pelée en la isla de Martinica, en 1902, y la cuarta más mortífera desde 1500, pudo haberse cobrado muchas menos víctimas, si se hubiesen tomado las precauciones que sugerían los geólogos y vulcanólogos.
Estos expertos ya habían notado la incipiente actividad del volcán, y advertido a las autoridades y a los medios de comunicación semanas antes de la tragedia. Si bien se prepararon mapas de riesgo, éstos no se difundieron correctamente, y el mismo día de la erupción, el 13 de noviembre de 1985, aún se hacían esfuerzos en la evacuación de Armero.
Quiso la naturaleza que se desatara una tormenta, y que ésta disimulara los ruidos del volcán; los habitantes, que se habían quedado en sus hogares obedeciendo las órdenes de las autoridades, probablemente no oyeron la erupción, y la tormenta entorpeció fatalmente las comunicaciones.
Los rescatistas poco pudieron hacer ante aquella avalancha irrefrenable de lodo y lava, más que recoger, impotentes, los restos de miles y miles de víctimas. Al día siguiente, el escenario era desolador: Armero había casi desaparecido e incluso a 100 kilómetros de distancia, los ríos arrastraban cadáveres, automóviles y escombros.
Meses antes se prepararon algunos mapas, pero algunos de ellos no reflejaban los peligros ni el final de los lahares, y otros ni siquiera plasmaban las leyendas adecuadas, sin contar con que la difusión fue paupérrima. Los planes de evacuación tampoco fueron muy efectivos, pues la tormenta provocó problemas eléctricos.
Pese a que un desastre natural es inevitable, sí se pueden hacer planes de contingencia. Muchos expertos dicen que la tragedia del Nevado del Ruiz pudo haberse evitado con una actuación a tiempo, pues existían los datos que indicaban el grave peligro, y el gobierno central estaba al tanto, pero no creyeron que sería de tal magnitud. En la noche del 13 de noviembre, pudieron escuchar al alcalde de Armero decir a través de una radio casera que no pensaba “que hubiese mucho peligro”, antes de ser literalmente arrastrado por el lahar.
Una de las cosas que incidió en la inmensa cantidad de vidas perdidas fue que no había señales claras de la inminencia del peligro y, por lo tanto, el tomar medidas costosas de prevención no se veía como viable. Y no podemos olvidar que en aquel momento Colombia vivía una situación política bastante delicada: una semana antes, el grupo guerrillero M-19 había tomado el Palacio de Justicia en Bogotá, y al Congreso le parecieron alarmistas las numerosas advertencias tanto de la Defensa Civil como de las agencias científicas.
Sin duda, esta tragedia ha sido la mayor catástrofe natural de Colombia, pero a raíz de la erupción, el gobierno creó la Dirección de Prevención y Atención de Desastres, especialmente diseñado para educar a la población sobre amenazas naturales. Miles de vidas, como las de Omayra Sánchez, pudieron haberse salvado si las autoridades hubiesen creído en el peligro volcánico del Nevado del Ruiz. Algo que debe movernos a reflexión.
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Imágenes: U.S. Geological Survey, Wright_and_Pierson.png, Commons Wikimedia