Niños muy inteligentes. Nos encanta escuchar eso sobre nuestros hijos, nos esforzamos por hacerles entender cuán inteligentes y brillantes son, por demostrarles sus habilidades…
Creemos que así ganarán más confianza en sí mismos, pero ¿eso es lo que pasa? Un estudio parece negar que tal estrategia sea verdaderamente efectiva.
Las claves para criar niños muy inteligentes. Más sencillo de lo que parece
Parece racional pensar que mientras más alabanzas y elogios les demos a los chicos, más fortaleceremos su autoestima y se enfrentarán a los problemas con una mayor confianza. Este comportamiento, tan arraigado y extendido en los padres de las últimas décadas, ha sido cuestionado por un grupo de científicos norteamericanos, encabezados por Carol S. Dweck, que plantean una estrategia totalmente distinta.
Cuando los niños creen que poseen una inteligencia innata, eventualmente son más propensos a caer en lo que estos psicólogos denominan “mentalidad fija”, es decir, que cualquier esfuerzo por aprender algo nuevo les parece inútil. Esta mentalidad fija hace que a la larga pierdan la confianza y la motivación cuando se les presenta un reto o una tarea algo más difícil.
Los psicólogos, cuyo trabajo salió publicado en la revista Scientific American, le dan una vuelta de tuerca, y proponen una “mentalidad de crecimiento”, es decir, enfocarse en el proceso y no en el talento o en la inteligencia, lo que produce un mayor rendimiento en la escuela y en la vida. Esta conclusión es el resultado de más de treinta años de investigación en niños y jóvenes estudiantes. Elogiar a los niños por su perseverancia o por las estrategias usadas para resolver un problema –en vez de por su inteligencia– los estimula mucho más.
Creer que la inteligencia es fija los vuelve vulnerables al fracaso, perezosos a la hora de asumir nuevos retos y francamente reacios a remediar sus deficiencias; es una de las razones por las que tantos niños ven el trabajo escolar completamente aburrido, y carente de sentido. Ser o parecer inteligentes es mucho más importante que esforzarse por aprender, de modo que llega un momento en que se estancan, y no se arriesgan.
¿Es así como se crían niños muy inteligentes, entonces? Pues la respuesta obvia que salta a la vista es un rotundo no. La doctora Dweck comenzó a investigar los fundamentos de la motivación humana, en la década de los 60, apenas como graduada de la Universidad de Yale. Se fijó en los experimentos que los psicólogos Martin Seligman, Steven Maier y Richard Solomon, de la Universidad de Pensilvania, hicieron con animales, donde después de repetidos fracasos, la mayoría aceptaba que la situación era desesperada y escapaba a su control. Así, vieron que un animal a menudo permanecía pasivo, aun cuando pudiese ejecutar un cambio, y llamaron a esto “estado de indefensión aprendida”.
Esto llevó a Carol Dweck a pensar que muchas personas también aprenden a ser impotentes, y a hacerse la pregunta de por qué algunos estudiantes se daban por vencidos a la menor dificultad, y otros, en cambio, no siendo tan expertos, continuaban esforzándose y aprendiendo. Lo que ella descubrió fue novedoso: dependía de las creencias de la gente sobre por qué habían fallado.
Si los malos resultados se atribuyen a la falta de capacidad en lugar de a la falta de esfuerzo, veremos a unos niños deprimidos y desmotivados. La clave, por tanto, está en hacerles entender que cualquier tipo de habilidad y la inteligencia se obtienen con la práctica constante y con trabajo perseverante.
Si revisamos las historias de los genios, incluso ellos se dedicaban con absoluto fervor a sus tareas. Mozart, Einstein, Tesla, no hubiesen sido quienes fueron sin las infinitas horas pasadas en el estudio.
Un enfoque en el esfuerzo puede hacer la inmensa diferencia entre un estudiante indefenso y otro con buenos resultados. Ayudarlos a corregir sus errores, ver las derrotas como una oportunidad de aprender más, insistir en el cómo se hacen las cosas y cómo se resuelven los problemas sí es efectivo. Los que se orientan hacia la eficacia piensan que la inteligencia es maleable, y puede ser desarrollada con la educación y el trabajo; así se genera el deseo de aprender, pues entienden que es posible ampliar las habilidades intelectuales, no importa el CI que se tenga.
Los niños muy inteligentes serán aquellos capaces de ver los retos como algo positivo. Nosotros, como padres, tendremos la responsabilidad de formar esa voluntad de aprender, más que decirles lo inteligentes que son. Así que de ahora en adelante no elogies a tus hijos por lo talentosos, sino por lo esforzados.
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