Siguiendo con nuestro interés histórico, nos adentramos hoy en la cotidianidad de un caballero de la Edad Media, etapa de la historia occidental y europea tan interesante que ha inspirado innumerables y variopintas obras, como la aplaudida serie Juego de Tronos.
Las leyendas sobre los caballeros son notables: desde el rey Arturo y su mesa redonda hasta Robin Hood, y los caballeros reales, como el Cid, han alimentado la imaginación de generaciones. Sin más preámbulos, te contamos cómo era ser un guerrero de las élites medievales.
La vida de un caballero de la Edad Media
Es un hecho que durante la Edad Media se suscitaron numerosos conflictos y las famosas Cruzadas, una serie de campañas militares convocadas e impulsadas por el papado y realizadas por la Europa cristiana y latina. Su objetivo específico fue frenar el expansionismo musulmán (que estaba arrasando y conquistando extensos territorios del imperio bizantino) y restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa.
Así, aparece el caballero de la Edad Media como una creación de la iglesia, durante el imperio carolingio, cuando Carlomagno, el rey de los francos, reinó en el territorio. Su reinado fue desde 754 hasta 813, y una de sus estrategias fue darles a los señores de cada región porciones de tierra a cambio de que le prestasen servicios. Este sistema fue el que dio lugar al feudalismo.
Se llamó caballero porque era un guerrero a caballo, y viene de la palabra francesa chevalier. Este guerrero servía al rey, o a otro señor feudal –por dinero o por el derecho a tener tierras–, y estaba obligado a participar en aquellos conflictos bélicos que su señor le pidiera.
Pero no fue sino hasta el siglo XI, con las primeras Cruzadas, que se establecen las órdenes de caballería y se nombran los primeros caballeros, instituyendo así una clase militar al servicio de la iglesia, con unas características muy bien definidas y hasta con un código de comportamiento que perduraría varios siglos, el famosísimo código de caballería.
En sus comienzos, para ser caballero de la Edad Media debías ser por fuerza de noble cuna; además, debías tener recursos económicos, porque mantener caballos era algo muy costoso.
Por eso, se elegía a niños pequeños, hijos de hidalgos y nobles, como parte del cuerpo de servicio. A partir de los 6-7 años, el niño entraba al servicio en calidad de paje, ayudando en todo al caballero. Podía estar tanto dentro como fuera del castillo, y sus obligaciones iban desde hacer mandados hasta barrer los patios, pasando por llevar las armas y hacerse cargo de los caballos.
Al pisar la adolescencia, como a los 14 o 15, se convertía en escudero que, como su mismo nombre lo dice, llevaba el escudo de su señor, aunque no peleaba.
Su entrenamiento era militar, obviamente, y se le adiestraba en el manejo de la espada y en tácticas bélicas. Un dato interesante: se hacía a través de juegos y deportes. Un paje medieval jugaba con mazas y practicaba la equitación.
El escudero servía a un señor específico, y cumplía funciones de mayordomo: ayudaba a vestir al caballero de la Edad Media y mantenía a punto su armadura y sus armas. Aunque no luchaba en el campo de batalla, era capaz de hacerlo si así se requería.
Los juegos y deportes eran los torneos y las justas, bastante peligrosos. Fueron una manera de entrenar, como un ejercicio táctico de combate que le permitía al caballero, y a los aspirantes a serlo, mantenerse alerta. Pero también se convirtieron en un entretenimiento muy importante para las gentes medievales. El caballero solía representar a su señor feudal, y debía ganar el premio, que era dinero pero también fama y gloria.
Los torneos y las justas llegaron a ser grandes eventos, que se realizaban cuando no había guerras. Se celebraban, aparte del ya dicho motivo de ejercitarse, por casi cualquier razón: coronaciones, matrimonios, nacimientos, bautizos, conquistas, alianzas y sucesos similares eran excelentes excusas para planearlos, y luego, con el tiempo, también se utilizaron para conmemorar festividades eclesiásticas.
Al cumplir los 21, el escudero era al fin nombrado caballero. El espaldarazo, pescozada o palmada era el acto central de la ceremonia llamada “doblaje”, por medio del cual el rey tocaba con la espada el hombro del candidato, y le daba el título de caballero. También, en lugar de la espada, el monarca daba una ligera palmada en el cuello o la mejilla, aunque en sus comienzos el golpe era en la oreja y con el puño, lo suficientemente fuerte como para que el caballero lo recordara de por vida.
La víspera tenía que ayunar, confesarse y comulgar; tendría sus padrinos, que deberían armarle y con los que cenaría antes, pero en mesa separada y sin poder hablar o reír. Aquella noche estaría de guardia, “velando las armas” y completamente armado. Sería informado de todos los trabajos y penalidades que sufrirá al convertirse en caballero y se pondría de rodillas (imagínate lo difícil, con toda la armadura puesta) y orar toda la noche, o el mayor tiempo posible.
A la mañana siguiente, tomaría un baño y descansaría por poco tiempo en una cama. Luego oiría misa, y una vez concluida, se presentará quien le armará caballero y le preguntará si está dispuesto al nombramiento; al tener la respuesta afirmativa, lo ayudará a ponerse las espuelas y le ceñirá la espada. Al terminar todos estos preparativos, irá al lugar indicado con la espada desenvainada, y allí hará su juramento: morir si hace falta por la fe cristiana, por su rey y por su tierra. Acto seguido se le da el espaldarazo, pescozada o palmada, y tanto él como los oficiantes pedirán a Dios que no le permita olvidar su juramento; luego el nuevo caballero le dará un beso a quien lo nombró y a todos los caballeros presentes, como señal de hermandad y paz. Como última cosa, el padrino le ceñirá de nuevo la espada y se festejará todo con un gran banquete y a veces hasta con un torneo.
Los ideales caballerescos que juraban servir y cumplir eran el valor –que significaba tener la voluntad de hacer lo correcto, pero también ser capaces de luchar incluso contra ejércitos superiores–; la defensa de sus señores, de la iglesia, de sus familias, de su nación, de huérfanos y viudas; la fe en Dios, que les ayudaría a rechazar las tentaciones y a soportar los sacrificios; la humildad de reconocer en otros la heroicidad, y no jactarse de la suya propia; la justicia, aunque nunca la tomaría por su mano; la generosidad, que le permitiría ser misericordioso con el enemigo, y contrarrestaba la debilidad de la avaricia; la templanza, que significaba hacer todo con moderación, incluso al usar sus riquezas; la lealtad, que debían jurar a la iglesia y a sus señores, hasta dar su vida por ellos; y la nobleza, que es el principio de la cortesía: debían ser corteses, honrados, generosos, y desarrollar un carácter noble para ser un modelo a seguir.
El caballero de la Edad Media con el tiempo dejó de ser práctico, sobre todo en las batallas, pues con las nuevas armas resultaba muy fácil herirlo; paulatinamente su poder decayó, y ya para el siglo XVI habían prácticamente desaparecido, quedando para la posteridad sólo la caricatura más famosa, el entrañable Don Quijote de La Mancha.
Si la historia es uno de tus temas favoritos, entonces te encantarán nuestros artículos sobre Hildegarda de Bingen o Leonor de Aquitania, o sobre los Templarios, los guerreros medievales, y tal vez quieras saber cómo asaltar un castillo.