La muerte y la enfermedad evocan un sentimiento primario: el dolor, como también el temor a la no existencia. Sin embargo, en 1800 se extendió la rara tendencia de romantizar y hasta admirar cómo el cuerpo se iba desgastando a medida que la tuberculosis se alimentaba de vida, especialmente la de mujeres.
Lo que eran señales de que se avecinaba el fin, se convirtió accidentalmente en símbolo de belleza, uno de los rasgos característicos de la moda victoriana y que, a su vez, hizo notar otras tendencias que te sorprenderán.
El impensable efecto de la tuberculosis en la moda victoriana
¿Cómo la tuberculosis, siendo una enfermedad mortal, podía considerarse un emblema en la moda victoriana? En la década de 1800 la tuberculosis golpeó con ferocidad Estados Unidos y Europa. Se convirtió en una epidemia que se esparcía facilmente, en un período donde no existían antibióticos con los que evitar los daños pulmonares y a otros órganos que provocaban la infección. Como resultado, miles de personas murieron.
La enfermedad era implacable. Dejaba a sus víctimas con extrema delgadez, tez pálida casi transparente, ojos brillantes con pupilas dilatadas, mejillas sonrojadas y labios rosáceos a causa de los ciclos febriles que padecían. A medida que avanzaba la tuberculosis, más se pronunciaban estos rasgos y más se fascinaban por ello los victorianos.
Los hombres consideraban que las mujeres se veían impresionantemente bellas bajo los efectos de tal padecimiento. Lucían débiles, vulnerables y tan blancas como porcelana. Esto, impensablemente, se convirtió en un estándar de belleza femenino del que no podían aprovecharse mucho tiempo por ser la tuberculosis tan letal.
Fue así como la industria de la moda comenzó a elaborar los famosos corsés victorianos que todos conocemos, aquellos que dejan la cintura tan delgada como una avispa, sin que ninguna enfermedad tuviese influencia. Para resaltar todavía más la delgadez, los corsés se conjugaban con los clásicos vestidos con faldas abultadas para dar la ilusión de que la parte superior del cuerpo era mucho más estrecha.
También se incorporó un estilo de maquillaje no muy cargado con el que aclaraban sus pieles, coloreaban sus mejillas y daban color a sus labios, para verse similares a quienes padecían de tuberculosis.
En 1882, las faldas voluminosas comenzaron a recortarse luego de que Robert Koch descubriera que la tuberculosis era causada por un microorganismo que convertía a la enfermedad en contagiosa. A raíz de esto, se realizaron varias campañas de salud sugiriendo que los vestidos largos recogían las bacterias de la calle, sirviendo de depósitos para incorporar la infección en sus hogares. Sobre los corsés, sugerían que era mejor no usarlos, pues agravaban la afección por ejercer presión en los pulmones y dificultaban la circulación sanguínea.
Con estos ajustes en la moda victoriana, se integraron modelos de calzados más llamativos, porque ya podían admirarse fuera de los alargados y pesados atuendos. Era de esperarse que los zapatos se convirtieran en una obsesión para las mujeres, algo todavía vigente en muchos casos.
De la extrema palidez, las mujeres gradualmente comenzaron a adoptar el bronceado después que los médicos recomendaran tomar sol como tratamiento contra la tuberculosis, ¡increíble giro!
¿Y qué ocurrió con los hombres? Ellos no quedaron exentos de estos cambios. Los varones victorianos solían llevar con orgullo espesas barbas que iban en perfecta sincronía con sus elegantes trajes de época. No fue hasta inicios del 1900 que algunos accedieron a llevar la cara libre de vello, precisamente para evitar la transmisión de gérmenes. Los médicos fueron los primeros en arriesgarse a adoptar la tendencia, desde luego.
Resulta impresionante cómo los síntomas de una enfermedad mortal pudieron influenciar en la moda victoriana, y que en el proceso para erradicarla se descubrieran otras tendencias interesantes.
¿Qué te ha parecido este episodio de la historia? Si te ha gustado, quizá te interese leer: 10 tratamientos de belleza de la era victoriana PELIGROSÍSIMOS. Algunas mujeres eran capaces de someterse a lo extremo para calificar dentro de los estándares de belleza del momento.