Uno puede llegar a tener varias aficiones. Aficiones curiosas que nadie entiende, o hobbies fantásticos que perduran en el tiempo y que se convierten en auténticos legados artísticos. Es el caso por ejemplo de Dolphe-Julien Fouéré, un sacerdote nacido en la Bretaña Francesa en 1839 que nos dejó un precioso testimonio de esculturas en la Costa Esmeralda, en Saint-Malo. Una singular curiosidad que te llenará de expectación. Leyenda y misterio esculpidas en la roca.

El ermitaño sordomudo que levantó un museo de piedra

Se llamaba Dolphe-Julien, y su vida en la Francia del siglo XIX nunca fue realmente especial hasta que cumplidos los 24, decidió que lo mejor era ordenarse sacerdote. ¿Por qué no? De este modo conseguía una ocupación y una vida tranquila que era lo que deseaba. Así que se trasladó a una iglesia cercana al estuario de Rance, en la Bretaña francesa. Un lugar idílico salpicado de historias de piratas y ladrones.

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Su vida transcurrió de modo pacífico envestido en sus tareas sacerdotales, pero la paz se trasformó en drama cuando en 1870 sufrió un accidente cerebral que le dejó sordo y mudo. Una desgracia que le impedía por completo cumplir con sus labores en el ministerio eclesiástico. ¿Y qué pasó entonces? Que el señor Fouéré aceptó su suerte, pensando que tal vez su misión estaba en otro lado, lejos de la Iglesia. Así que no lo dudó, asumió su retiro y se fue a vivir como ermitaño a la Costa Esmeralda, a unos cinco kilómetros de la localidad de Saint-Malo.

¿Y a qué se dedicó al asumir su posición de ermitaño? A la historia, a satisfacer todas sus curiosidades sobre mitos, leyendas y los múltiples cuentos tejidos en aquella zona de la Bretaña. La Costa Esmeralda era tierra de piratas, contrabandistas y condes sanguinarios, muy asociados a una familia muy conocida en Francia, los Rothéneuf. El pasado de dicho clan estaba lleno de contrabandistas, ladrones y traficantes que extendieron su poder a lo largo de toda la zona de Mont-Saint-Michel y Saint-Malo. Incluso existe una leyenda que cuenta que el jefe de aquella familia murió luchando contra un monstruo surgido de las olas. Espeluznante, sin duda.

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Para un fanático de las historias y las leyendas, aquella playa era todo un pozo de inspiraciones. Así que Adolphe-Julien Fouéré decidió un día coger un cincel y una maza para empezar a esculpir en las rocas de la playa todos los rostros que su imaginación tenía en mente sobre el famoso clan de los Rothéneuf.

Dedicó prácticiamente toda su vida a esta tarea, llegando a esculpir unas 300 figuras a lo largo de los acantilados. Rocas fabulosas en los que perfiló rostros amenazantes, curiosos, tótems, figuras de santos, de embarcaciones, seres fantásticos e incluso preciosos bajorrelieves a los que acompañó con vivos colores. Aunque hoy en día, el tiempo y la fuerza del océano se ha llevado las tonalidades de antaño. Curioso señalar también que llegó a crear increíbles figuras de madera, pero desaparecieron en 1940 sin que nadie supiera cómo.

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Este escenario es conocido como el Jardín de piedra del Ermitaño, y tiene una extensión de cerca de dos kilómetros a lo largo de la costa. Figuras bellamente integradas en la naturaleza que llenan e curiosidad y fascinación a todo aquel que lo visita. Hay quien levanta catedrales a su fe, pero este sacerdote retirado sordo y mudo quiso alzar un auténtico altar a las historias locales y a las leyendas de piratas.  Hoy en día este escenario ha sido rehabilitado para poder recibir así más turismo. Te aseguramos que las fotos que puedes sacar aquí son realmente increíbles.Pero eso sí, si te decides a visitarla te costará un poco encontrarla. Debes andar unos cinco kilómetros desde Rothéneuf y allí buscar las indicaciones hacia la playa. No tienes más que preguntar por El Jardín del Ermitaño y cualquier persona que te encuentres sabrá de qué le hablas…