Si de vivir al límite hablamos, nadie lo hacía mejor que los humanos del siglo XIX: a diario flirteaban con la muerte, conscientes o no de ello. Tal vez por motivos como este, identificamos a este período como lúgubre y oscuro, extrañamente atrayente.
¿Los victorianos estaban obsesionados con morir? No del todo, pero el veneno en la época victoriana estaba presente hasta en lo más inesperado. ¡Acompáñanos a descubrirlo!
El veneno en la época victoriana
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Los biberones tóxicos
Llegar a una edad adulta en la época victoriana era una verdadera fortuna, pues las condiciones sanitarias y la precariedad de la medicina se cobraban tantas vidas como pudo haberlo provocado el extensivo uso del veneno en esas fechas. Estaba presente hasta en lo inimaginable, como un biberón.
Como ya has de imaginar, el diseño de los biberones en la época victoriana dista notablemente de los biberones modernos, testados apropiadamente para hacerlos seguros para los bebés.
Contrario a esto, la versión victoriana de este dipositivo estaba hecha de cristal, con una pajilla de goma realmente difícil de limpiar. Pero las madres victorianas no se preocuparon por este detalle esencial, confiando en una campaña publicitaria de 1861 que declaraba que no era necesario lavarla por dos o tres semanas. Craso error.
Como consecuencia, los biberones se convirtieron en “las botellas asesinas”, así les llamaban. Muchos pequeños se intoxicaron, en algunos casos de forma fatal, consumiendo alimentos desde estas botellas con un mal diseño, ideal para convertirse en un verdadero caldo de cultivo.
Irónicamente, aunque sus creadores fueron condenados por poner en riesgo la vida de cientos de infantes, te sorprenderá saber que muchas madres continuaron usándolos sin importar el desenlace.
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Velas de arsénico
A principios del siglo XIX se fabricaban dos tipos de velas. Unas, hechas con sebo, asequibles para el público pero que desprendían un olor nauseabundo. Y otras, eran elaboradas con cera de abejas, con agradable aroma, aunque su costo no la convertía en una opción para el alcance de todos.
En 1810, Michel Chevreul, un científico francés, encontró la solución para elaborar velas económicas, de buena calidad, con un ingrediente secreto letal. Tal fue el caso que en su país de origen fue prohibida su venta, en cambio en Inglaterra las velas de Chevreul prosperaban.
Pero la situación cambiaría cuando un profesor de química adquirió una de ellas, pues notó que la cera derretida emanaba una esencia parecida al ajo.
Por su experiencia, reconocía que el arsénico poseía el mismo olor. Intrigado, decidió realizar unas pruebas con las que comprobaría que las velas efectivamente contenían este elemento químico extremadamente tóxico. Cientos de personas habrían estado inhalando vapor de arsénico sin siquiera sospecharlo.
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Papel tapiz
Los victorianos se volcaban de fascinación por los colores vibrantes, con una predilección casi caprichosa por el verde de scheele. Este color teñía indumentarias y adornos de cualquier tipo. No conformes con esto, las paredes también vestían el vibrante tono verdusco con hermosos pero venenosos tapizados.
Los victorianos morían, literalmente, por tener esta tapicería que prometía no envejecer con el tiempo ¿el secreto? Estaba elaborada con arsenito de cobre, un derivado del arsénico que le otorgaba la especial tintura y la durabilidad por la que se hizo popular en el siglo XIX.
Familias enteras llegaron a enfermar por envenenamiento a causa del arsénico de la tapicería, más activo en épocas vaporosas. Algunas personas, sobre todo niños, murieron.
El envenenamiento se producía muy lentamente. En ocasiones los síntomas eran confundidos con la difteria debido a la relación que guardaban entre sí, de manera que pasaron varios años para detectar que el papel tapiz verde de scheele originó todas estas misteriosas historias clínicas.
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¿Ácido carbólico o polvo para hornear?
La higiene en la época victoriana deja mucho qué desear. Sin embargo, con la propagación de tantas enfermedades contagiosas, la gente hizo énfasis en desinfectar los hogares con productos como el ácido carbólico, un compuesto venenoso usado como antiséptico, de gran efectividad, pero que a la vez ocasionaría algunos accidentes domésticos por descuido.
El empaquetado del ácido carbólico era idéntico al del polvo para hornear, entonces, por equivocación, las amas de casa solían usarlo para cocinar creyendo que se trataba de bicarbonato de sodio. Alrededor de 13 personas enfermaron y cinco murieron por esta causa.
Por suerte la industria farmacéutica prohibió el almacenamiento de productos tóxicos en botellas parecidas a artículos de consumo, así nadie más tomaría veneno por confusión, o al menos era lo que esperaban.
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Pan adulterado
Sobre la época victoriana existe más que un buen puñado de singularidades en cuanto a hábitos, creencias y esquemas de belleza de las que te hemos hablado en Supercurioso. Si nos has seguido los pasos, quizá ya estés al tanto acerca la obsesión de la sociedad del siglo XIX por la palidez. Digamos que esta clase de manía por aclarar desde sus pieles, incluso los alimentos, les impulsó a probar cosas que nadie en su sano juicio hoy intentaría.
Los victorianos creían que los panes, mientras más blancos, más sanos serían. Con esta idea, los panaderos comenzaron a adulterar estos manjares con blanqueador químico de alumbre para favorecer las ventas.
Lo que no sabían los consumidores es que este ingrediente sin ningún aporte nutricional, causó severos trastornos estomacales, estreñimiento y en niños pequeños incluso produjo la muerte.
¿Te lo esperabas? Cuéntanos qué opinas de las formas inimaginables en las que el veneno en la época victoriana estaba presente. ¿Será que realmente estaban obsesionados con la muerte? Te invitamos a leer: Así vivían la muerte en la Era Victoriana