Es ella. Elizabeth Siddal, la Ophelia del famoso cuadro de John Everett Millais. Estamos seguros de que te has cruzado con ese rostro en más de una ocasión, sobre todo si eres amante del arte y del interesante movimiento prerrafaelita, que tuvo su esplendor a lo largo del siglo XIX.

La historia de Elizabeth Siddal es única y especial. Esta mujer de rojos cabellos y rostro virginal fue la musa de todos los pintores de dicha «hermandad» de amantes del detalle y lo simbólico. Una mujer que escribía poesía y que, tras contraer matrimonio con el más peculiar de todos estos artistas, decidió quitarse la vida. Lo que ocurrió después encendió la leyenda que envuelve el interesante lienzo de su vida.

Estamos seguros de que te encantará sumergirte con nosotros en las frías aguas que se llevaron la vida de la Ophelia más famosa de la historia del arte….

Elizabeth Siddal, la modelo de rojos cabellos

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Venus Verticordia, Dante Gabriel Rosetti

Elizabeth Eleanor Siddal nació en  Londres, en 1829. Se dice que su familia descendía de la nobleza, pero dicho árbol familiar no le aportó excesivas comodidades en su infancia. Con veinte años entró a trabajar en una distinguida tienda de sombreros, donde, casualmente, llamó la atención de un pintor. Su apariencia estaba dotada de ese clasicismo exquisito tan valorado por aquellos que se hacían llamar prerrafaelistas. Artistas que rechazaban el arte imperante en la Inglaterra del XIX y que ensalzaban el primitivismo italiano y flamenco anterior a la figura de Rafael.

Elizabeth Siddal representaba esa esencia perfecta y esa belleza única que dotaban a cualquier cuadro la luz y la expresión que aquellos artistas necesitaban. John Everet Millais fue uno de los fundadores del movimiento y uno de los primeros en utilizar a Elizabeth como modelo. Decían de ella que no solo era bella, era una mujer exquisitamente culta que, además, escribía poesía con gran maestría y talento.

Aunque a Millais sus dotes como poetisa le importaban bien poco. Para crear su obra de Ophelia no dudó en meter a la muchaha en una bañera de agua para captar cada detalle y la pintó de aquel modo durante todo el invierno. Tal era su necesidad de captar el «ahogamiento» de la amada de Hamlet, que no pensó en el estado de la joven, que no se quejó en ningún momento hasta que enfermó de pulmonía. El propio padre de Elizabeth terminó denunciando al reputado pintor.

 Dante Gabriel Rosetti y Elizabeth Siddal, un amor trágico

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Viuda romana, Dante Gabriel Rosetti

Dante Gabriel Rosetti era un pintor y un poeta de gran talento. Sus pinturas eran auténticas maravillas de lo simbólico y del clasicismo más bello. No tardó demasiado en enamorarse de su modelo, de aquella Elizabeth tan exquisita y carismática a la vez, de esa mujer que formó parte de casi todas sus obras. Sin embargo, el gran Rosetti tenía un defecto: era incapaz de amar a una sola mujer. Eso sí, todas las jóvenes que formaban parte de su alcoba debían cumplir un único requisito: ser pelirrojas.

Se sabe que uno de los grandes amores de Dante Gabriel Rosetti fue Jane Morris. Esta mujer era la esposa de uno de sus mejores amigos y artista: William Morris. Ella fue la modelo de alguno de sus lienzos más famosos, como la «Astarté» o «Pandora», un cuadro que llegó a venderse en Sotheby´s hace unos años por 8 millones de euros.

¿Conocía entonces nuestra Elizabeth las aventuras románticas de su esposo? Por supuesto. Al desánimo se le unía también su delicada salud:  la pulmonía derivó en tuberculosis y algunos estudios hablan también de anorexia. Sea como sea, su verdadero problema era, sin duda, la infidelidad de su esposo. La tragedia llegó cuando dio a luz. Si sus esperanzas se centraban entonces en la felicidad de aquel niño, la desolación la embargó por completo cuando la criatura nació muerta. No pudo con ello. Se suicidó con una dosis letal de clorar, aquello que los médicos le daban para el insomnio.

 Un amor de ultratumba

Tumba de Elizabeth Siddal en el cementerio Highgate de Londres
Tumba de Elizabeth Siddal en el cementerio Highgate de Londres

Dante Gabriel Rosetti, quedó devastado tras la muerte de su esposa. Era consciente de lo que había hecho y cargó toda la responsabilidad sobre sus espaldas. El día del funeral dejó entre las frías manos de Elizabeth toda su obra litetaria con todos los poemas que había escrito. Era un homenaje a ella al más puro estilo de Edgar Allan Poe.

Tras esto, Rosetti se recluyó en una mansión a las afuera de Londres. Rompió con todas sus amantes y se dedicó a pintar. A pintar a su esposa perdida, a amarla en silencio y en su muerte, como debía haber hecho en vida, pero lo asombroso de esta historia ocurrió cuatro años después del funeral. Fue un grupo de amigos de Rosetti quienes, sabiendo el alto precio de la obra poética del artista, pensaron que aquel legado debía rescatarse de algún modo. Todos sus poemas yacían en el interior del ataúd de Elizabeth, entre sus manos, y ellos deseaban recuperarlos.

¿Qué hicieron? Emborrachar a Rosetti, sumirlo en los vapores del láudano y conseguir que firmara una exhumación. Todo fue legal. Los policías acudieron al cementerio y entre todos volvieron a abrir el ataúd. Elizabeth Siddal había perdido su expresión y su belleza como es normal, pero los poemas seguían allí, incorruptos. Rosetti no quiso saber nada y permitió que sus amigos explotaran los derechos de su magna obra a la que titularon con el simbólico nombre de «La Casa de la Vida» (The House of Life), todo un legado de auténtico culto a día de hoy.

Aquello, sumió aún más en la desesperación al pintor y, a pesar de que nunca pudo recuperarse de aquella pérdida, nos legó un tributo pictórico lleno de misterio e insinuación.

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