En la pequeña ciudad española de Herrera del Duque de la provincia de Badajoz, una niña de 10 años de edad comenzó a tener sueños reveladores en 1499. Su nombre era Inés Esteban, una muchachita inocente que de la noche a la mañana se convirtió en una famosa profetisa, perseguida, maltratada y condenada a morir en la hoguera, sin piedad, por la Inquisión.
Inés Esteban, la pequeña profeta quemada por la Inquisición
El destino de Inés Esteban habría quedado eclipsado por un acontecimiento que ocurrió cuando apenas daba sus primeros pasos. Perdió a su madre a muy temprana edad, quedando a cargo de su padre Juan Esteban, un zapatero y curtidor de Herrera del Duque, que años después del fallecimiento de su primera esposa contraería matrimonio de nuevo, con Beatriz Ramírez.
La niña Inés Esteban pasó su infancia añorando tener contacto con la mujer que la llevó en su vientre. Quizá ya no recordaba su rostro, pero cuando alcanzó los 10 años, en el otoño de 1499, contó a su progenitor que su madre la habría estado visitando en los sueños, y no se trataban de sueños comunes. Ella la acompañaba en el mundo onírico, ascendían juntas al cielo para recibir mensajes del reino celestial.
No pasó mucho tiempo para que la comunidad se enterara sobre las visiones de Inés Esteban, y la reconocieran como la profetisa de la provincia de Badajoz, valiéndole muy poco interés su corta edad. Los testimonios de la pequeña parecían convencer y conmover aquellos judíos, mártires de la Inquisión española. La niña profeta, también judía, se convirtió en la única esperanza de los perseguidos.
¿Cómo fue que logró ejercer tanta influencia en un pueblo oprimido, temeroso por las severas imposiciones religiosas de los inquisidores, absortos en extirpar la herejía -de raíz- de las maneras más terribles? Inés Esteban afirmaba que el Mesías los visitaría el 8 de marzo de 1500 para rescatar a los judíos conversos, llevándolos a la Tierra prometida. Estas palabras sirvieron de motivación para que los nuevos cristianos permanecieran en Herrera del Duque hasta que el Redentor intercediera por ellos.
Los seguidores de Inés se armaron de confianza y retomaron las costumbres judías. Descansaban los sábados y obedecían la ley mosaica, mientras que la Inquisición se retorcía de ira por la rebelión que había causado la profetisa.
Pero la condena de muerte de Inés era inevitable. La inquisición esperaba con impaciencia que llegase la fecha de la supuesta llegada del Mesías para actuar en su contra. Un mes después de que la profecía de Inés Esteban no se cumpliera, la niña fue encarcelada y quemada en la hoguera. No hubo misericordia. Nada importó que se tratara de una criatura que apenas conocía el mundo.
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