James Morris podría haber sido sin lugar a dudas, un componente más de los «4 fantásticos», pero su particularidad física, como siempre ocurrió a lo largo del siglo XIX, lo llevó a viajar a lomos de un espectáculo circense, y en compañía de otros «hombres maravilla».

En nuestro espacio, ya te hemos hablado por ejemplo de Ella Harper, la niña camello que decidió dejar aquel mundo para formar una familia. La historia de James Morris tuvo un final algo diferente, y  si bien es cierto que intentó de todos los modos posibles romper con el circo que le dio fama y dinero, cuando lo logró, la vida normal le resultó demasiado dura, demasiado discriminatoria.

Conoce con nosotros la historia completa del asombroso hombre de goma.

James Morris, el hombre de la piel kilométrica

Un kilómetro no, pero sí 47 centímetros. James Morris, este hombre nacido en Copenhague (Nueva York) en 1859, sufría lo que se conoce como el síndrome de Ehlers–Danlos.

Se trata de una enfermedad hereditaria del tejido conectivo, donde se da un defecto en la estructura, la producción y transformación de colágeno. En algunos archivos indican que en el caso de James Morrison podría asociarse además a algún tipo de retraso psíquico, aunque en dentro de esta enfermedad no es algo determinante.

tumblr_lo91hyDsEI1qdf1zso1_r1_500 (Copy)

Las característica básicas de este síndrome y que compartía nuestro protagonista, era:

  • Articulaciones muy flexibles, pueden incluso doblar los dedos al revés
  • Articulaciones muy inestables, y móviles. No obstante, en muchas ocasiones son tendentes también a padecer numerosos desguinces.
  • Síndrome de la salida torácica
  • Enfermedad articular degenerativa crónica
  • Suelen sufrir «Boutonniere» o deformidad de los dedos
  • Pueden tirar de sus músculos y de su piel sin sentir dolor.
  • Padecen en ocasiones deformidades en la columna vertebral, como la escoliosis (curvatura de la columna vertebral), cifosis (joroba torácica).

bbb40416188fac656991c8bc9c368da8 (Copy)

Algo que sin duda resulta curioso, es que a pesar de presentar muchas de esas dolencias, James Morris fue aceptado en las fuerzas armadas, donde pasó mucho tiempo. Aunque cabe decir que sus funciones, eran básicamente entretener a los soldados.

Lo hacía a través de pequeños números en que estiraba su piel: la piel del rostro podía servirle incluso de máscara, algo que causaba gran asombro y expectación. Tanto fue así, que los propios oficiales acabaron llamando a la prensa, y en poco tiempo, la particularidad de James Morrison fue conocida en gran parte de Estados Unidos.

En 1885, y con 26 años, James formó parte ya de la prestigiosa compañía circense «Barnum y Bailey Circus». Es a día de hoy, uno de las firmas más conocidas y longevas. De hecho, cuentan entre sus hitos, ser los primeros en exhibir la lámpara incandescente en 1879, un año antes de que Thomas Alva Edison la patentara. También fue muy conocido por «Little Columbia», el primer bebé elefante en nacer en un circo estadounidense.

Organizaban tours por todo el suelo norteamericano, llegando incluso en numerosas ocasiones a Europa. Y cómo no, uno de sus espectáculos más llamativos era «The Rubber Man», ese hombre de piel elástica que podía hacer con su cuerpo un auténtico vestido del que tirar, envolverse y crear incluso «trompas de elefante».

Era uno de los números de mayor éxito: cogía la piel de su cuello y tiraba de ella hacia arriba para cubrir por completo su rostro formando una estrambótica trompa de elefante. Al público le encantaba.

Ahora bien, hemos de tener en cuenta que la particularidad de James Morrison no dejaba de ser una enfermedad, y como tal, su estado era progresivo y más limitante. Su piel se estiraba, pero empezó a ser muy frágil y a sufrir heridas, laceraciones. Sus articulaciones se deformaban cada vez más y el dolor era muy limitante. A pesar de ello, se mantuvo en su puesto durante 13 años. El circo no podía prescindir de él, «del fantástico hombre de goma».

Pero como siempre ocurre en estos casos, el hombre de goma terminó rompiéndose, más por dentro que por fuera, de ahí que en sus últimos días en el circo, solo el alivio del alcohol y el refugio de la botella, le permitía mantener la compostura. A duras penas, claro está. Porque su situación rozó los limites de lo aceptable, y lo acabaron echando.

72182301

Libre de su penitencia en el mundo circense, James Morris intentó reconstruir su vida. Ahora bien, para alguien que ha pasado una buena parte de su existencia siendo objeto de risas, asombro y expectación, rara vez puede integrarse a la sociedad sin sentir secuelas. Le costó mucho, trabajó un tiempo como barbero y peluquero, pero su adicción al alcohol siguió siendo esa sombra intima pegada a su alma y también a su piel.

No existen datos ni archivos que nos permitan saber qué fue de él, y como terminaron sus días, pero muchos se atreven a decir que fue una víctima más de una época donde ser diferente, te condenaba a vivir en un escenario para ser «un objeto sin alma» encadenado a vivir de las mofas.

Una historia curiosa que si deseas, puede complementarse también con la de «Pony Boy«, otro joven especial y con un carácter admirable.