Tal vez te hayas topado con alguien que dice no sentir nada al presenciar momentos vitales que se suponen deben generar emociones, como el nacimiento de un hijo, la muerte de un ser querido, el logro de un trabajo…
O tal vez eres tú quien no siente nada, y has pensado que eres desalmada/o por no sentir lo que deberías sentir.
Pues eso que experimentas tiene un nombre y se llama alexitimia.
¿Qué es la alexitimia?
Para que te hagas una idea, es un trastorno más común de lo que nos imaginamos, que afecta a 1 de cada 7 personas. La palabra “alexitimia” es un compuesto de las raíces griegas a, lexis y zümós (negación, palabra y emoción, respectivamente), lo que en términos gramaticales vendría a ser como la “incapacidad para leer o expresar emociones o sentimientos”. Sin duda, algo muy duro.
Esta perturbación se manifiesta sobre todo en el 85% de los que padecen trastornos autistas, y aunque tradicionalmente se ha pensado que tiene un carácter psicológico, los neurólogos han visto anomalías en la zona cerebral encargada de vincular las emociones con el área que las conoce, identifica, analiza y formula.
Se caracteriza entonces por una mentalización deficiente de las emociones, en la que las sensaciones corporales asociadas a ellas son escasas o nulas. Es así que se pueden ubicar sus posibles causas, en algunos casos, en la primera infancia, cuando el niño, que no posee aún estados mentales jerarquizados asociados a conceptos o palabras, se enfrenta al mundo emocional a través de su cuerpo. Siente la ira, el miedo, el deseo con sensaciones somáticas, es decir, corporales.
En el proceso normal, llega una edad en la que hay que ordenar ese cúmulo de sensaciones orgánicas y aprende que otros también sienten cosas similares. Es entonces cuando se necesita un “código” común para identificar lo sentido, en sí mismo y en los demás, y se convierte en un ser social y reflexivo.
Aquí los padres, el entorno, la familia, juegan un papel crucial pues será a través de las palabras que las sensaciones físicas se canalizan hacia la mentalización, logrando una suerte de “etiquetas” útiles para identificarlas y comunicarlas.
En un proceso alexitímico, no hay tales intercambios lingüísticos ni señalizaciones verbales, y quienes la padecen mantienen una gran agresividad hacia su entorno e incluso hacia sí mismos pues al no poder verbalizar sus sentimientos, o al ni siquiera reconocerlos, sufren la tendencia a sentirse inútiles o a ser anhedónicos.
Emocionales o no
La alexitimia fue descrita por primera vez en 1972, y originalmente se pensó que estaba definida por esta deficiencia lingüística. Los científicos sostenían que podría existir una falla comunicacional entre los dos hemisferios cerebrales, que impedía que las señales emocionales (del lado derecho) alcanzasen las zonas del lenguaje (del lado izquierdo). Se necesita la transferencia emocional para decir lo que se siente.
Pero lo que cada vez es más claro es que existen muchos tipos de alexitimia. En unos casos la persona no puede expresar sus emociones, pero en otros no es consciente de tenerlas. Es decir, las tiene pero su cerebro no las reconoce. Al no reconocerlas no puede identificarlas y, por lo tanto, no las siente y no las manifiesta.
Richard Lane, de la Universidad de Arizona, explica este daño neuronal con una imagen bastante gráfica: compara la alexitimia con lo que le sucede a quienes han quedado ciegos tras sufrir daños en la corteza visual. Estos aunque tienen ojos sanos, no pueden ver.
“Quizás la emoción es activada, incluso tienes una respuesta corporal, pero sucede sin que seas consciente de la emoción”.
Katharina Görlich-Dobre, investigadora del Departamento de Neurología del Hospital Universitario de Aachen, en Alemania, ha identificado una reducción en la materia gris en áreas de la corteza cingulada, que es una zona del cerebro que se encarga del control de la autoconsciencia, y que ella cree que puede bloquear la representación consciente de las emociones.
Es como si los cerebros de estas personas no registraran los sentimientos. Hay quienes describen la alexitimia como una “desconexión de conciencia”, es decir, mientras más emoción deberían sentir más analíticos se vuelven, y eso les permite manejar mejor determinados eventos de sus vidas, sin sentir miedo o ansiedad.
Relaciones peligrosas
Esta enfermedad parece estar asociada a otras, como la esquizofrenia o trastornos alimentarios. Y al autismo, como mencionamos al inicio del artículo, pero sólo los que presentan dificultades sociales. También parece frecuente en quienes han sufrido abusos en la infancia, donde las emociones han quedado reprimidas.
Sin embargo, quienes así se sienten no necesariamente son personas egoístas o “desalmadas”, o en el peor de los casos, psicópatas; son gente que con toda certeza sufre ese impedimento y desearía poder sentir emociones y expresarlas.
Mientras más conozcamos el mundo más armónicas serán nuestras relaciones, y menos prejuicios tendremos hacia lo que no entendemos. ¿Estás de acuerdo?