Estamos en la bahía de Boston, un escenario emblemático desde el cual, podemos admirar la Isla de George. Quienes viven aquí saben que en este lugar se alzaba Fort Warren, construido entre 1840 y 1850 y teniendo como finalidad una muy especial: servir de cárcel para los confederados y ciudadanos que en aquel entonces, se consideraran «desleales».

Se sabe por ejemplo que entre estos muros llegó a estar un vicepresidente, Alexander Hamilton Stephens, y que era un lugar tan frío, tan lúgubre e inhóspito, que las muertes eran muy frecuentes.

La historia que queremos incluir hoy en nuestro espacio tiene muchas trazas de realidad y algo de posterior leyenda, tanto es así que es muy común escuchar entre los habitantes de Boston la famosa historia de la «mujer vestida de negro». Estamos seguros de que el tema te va a parecer interesante.

La mujer que quiso ayudar a escapar a su marido de Ford Warren

Cuenta la historia que Ford Warren nunca fue un buen lugar. No obstante, todos tenemos claro que los buenos o los malos lugares los crean las personas. A pesar de ello, los soldados de la unión solían decir ya en aquella época que hacía demasiado frío, que la playa se llenaba de sombras siniestras por las noches, y que algo inusual corría por aquellos muros.

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Ford Warren

A pesar de todo, la vida era muy intensa y agitada en Ford Warren. Había cuarteles, salas de municiones, cocinas, un hospital y numerosas celdas para los reos. Uno de ellos era Andrew Lanier, un joven un soldado confederado encarcelado allí en 1861. Si a día de hoy conocemos esta historia es gracias a un historiador, Edward Rowe Snow, quien la recogió y quien, de alguna manera, le dio renombre, fama y la convirtió en leyenda.

Según él mismo nos cuenta, cuando la esposa de Lanier supo de la suerte de su marido, decidió dejar su Georgia natal y viajar hasta la isla para liberarlo, para sacarlo de allí del modo que fuera posible. Y el plan que preparó aquella valiente mujer fue sin duda admirable.

Porque…¿Hay algún obstáculo que no pueda vencer el amor? La verdad es que sí hay uno: la muerte. No obstante, vayamos poco a poco.

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Con ayuda de otro simpatizante confederado, estuvo vigilando la fortaleza desde la bahía con un catalejo durante semanas para conocer las rutinas, las costumbres diarias. Hasta que decidió entrar en acción. Y lo hizo una noche de tormenta, en enero de 1862. Remó con ayuda de un bote y llegó a la Isla de George. Pero eso sí, antes se había cortado el cabello y vestido como un hombre.

¿Y de qué forma pretendía nuestra protagonista sacar a su marido de Ford Warren? Se valió sólo de 3 cosas: una pica, una vieja pistola y el amor por su joven esposo. Para ello, se introdujo en un túnel para entrar a la sala de armas, y desde ahí, poder armar a varios presos para que iniciaran un levantamiento. Lo logró.

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Ofreció unas pocas armas a su esposo y a unos presos más, provocando una pequeña rebelión con la cual, llevarse con ella a su pareja de nuevo a ese túnel por el que había entrado. Había bastante distracción arriba para proceder a la fuga. Pero algo salió mal, los guardas los siguieron también a lo largo de ese corredor subterráneo y en medio del forcejeo, la señora Lanier disparó su arma, con tal mala suerte que en lugar de herir a alguno de sus enemigos de la Unión, le quitó la vida de forma instantánea a su propio esposo.

De nada le había valido su esfuerzo, su plan, su sueño… Ella misma había sido el verdugo de aquello que más amaba. ¿De qué valía seguir peleando? Se rindió y aceptó el destino que le marcaron: morir ahorcada por incitar una rebelión.

Cuenta la historia que antes de ponerle la soga al cuello le ofrecieron de nuevo un vestido de mujer. Un traje negro. Ella, sin oponer resistencia se puso aquellos ropajes mostrándose abatida y sin fuerzas, sin apenas color en el rostro y con el cabello muy corto. Aceptaba su castigo de buena voluntad.

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Ahora bien, según dicen, su castigo no la libró de una penitencia eterna, de una condena hasta el fin de los tiempos que la obliga a rondar por la isla George en continuo lamento, en continua agonía por quitar la vida de aquel que amaba. Cuentan que es frecuente verla en esos escenarios en los que había planeado su huida… en los corredores, en los túneles. Intentando cumplir lo que la mala suerte le impidió llevar a cabo. Muy triste, no hay duda.

Y recuerda, si te ha gustado esta historia conoce también al hombre que fotografiaba fantasmas