Nuestros protagonistas de hoy se llaman Max y Ralphee. Viven en Australia, y en los últimos días su historia está haciéndose eco en múltiples medios de comunicación y redes sociales. Este es uno de esos relatos que tanto nos gustan sobre amistad entre especies, y más aún, sobre cuidado entre animales.

Hay quien dice que perros y gatos son eternos enemigos, pero estamos seguros de que muchos de nuestros seguidores no estarán de acuerdo con esta idea, es más, en ocasiones un felino y su querido can de cuatro patas pueden llegar a ser dos excelentes camaradas en una casa, héroes familiares de los que todos podríamos contar mil historias.

No obstante, hoy es el turno de conocer a Max y Ralphee. ¿Nos acompañas?

El perro ovejero y la gatita con hipoplasia cerebral

Es posible que ya hayas oído hablar de la hipoplasia cereberal en gatos. Se trata de una anormalidad congénita, ahí donde el cerebelo es un poco más pequeño de lo normal, y se produce una desorganización cortical, y ciertos problemas en la conectividad de las neuronas. El origen se debe a una infección viral, cuando las gatas están embarazadas. ¿Y en qué se traduce esto en la vida de los gatos? Básicamente en problemas motores, en temblores, cierta descoordinanción y algún problema de equilibrio.

No obstante, cabe de decir que por lo general, los gatos pueden llevar una vida «casi normal», sienten las mismas ganas de jugar, siguen siendo curiosos, descarados e igual de felices. Y esto, es lo que le ocurre a la pequeña Ralphee, a esta preciosa gatita que ves en la imagen inferior.

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La primera vez que vieron a Ralphee fue en una granja de caballos de Brisbane, en Queesland, Australia. Era muy pequeña y ya evidenciaba la enfermedad: temblores, andar inseguro, caídas repentinas… No dudaron en rescatarla y en llevarla a casa para cuidar de ella y atenderla. Habitualmente, estos gatos suelen tener escasas posibilidades de salir adelante si no encuentran una buena familia, así que en este caso, la pequeña Ralphee tuvo mucha suerte en un principio. Le adaptaron un habitación donde no hay esquinas, donde su cama está bien alcolchada y no puede darse ningún golpe brusco. Más tarde, su buena estrella aumentaría aún más.

Según explica el dueño de la gatita, el animal requiere atención continua. Suele caerse si sube escaleras, y además, al ser muy joven aún es algo atolondrada y muy temeraria. Ahora bien, al llegar a casa se dieron cuenta de que alguien de la familia sintió cierto apego por ella casi al instante. Se trata de Max. Es un perro ya mayor, un perro ovejero que llevaba una vida tranquila en la casa, hasta ahora…

El bueno de Max vive pendiente de Ralphee, va tras ella y la atiende a cada instante de un modo muy paciente, y tan sereno, que no deja de sorprender a sus dueños. La acompaña al jardín, sigue sus pasos en la casa y él es casi siempre el objeto preferido de Ralphee a la hora de jugar. Se abalanza sobre Max casi sin piedad, y cuando cae al suelo, el perro la anima a levantarse de nuevo. Juntos, forman un equipo fenomenal.

La discapacidad de Ralphee es bien llevada por todos y, día tras día, sus dueños no dejan de admirarse, de disfrutar de sus queridas mascotas y del gran ejemplo que dan al mundo. ¡Toda una maravilla! ¿No crees? Y recuerda, si te ha gustado esta historia, descubre también la historia de Tucker, otra gata que también encontró un final feliz a su problema.