Puede que a simple vista, este curioso artilugio te recuerde más bien a una silla eléctrica. No obstante, lejos de ser un instrumento para causar la muerte, lo que pretendía su inventor, Benjamin Trush, un prestigioso psiquiatra (autor del primer libro impreso de psiquiatría en el siglo XIX en Estados Unidos) era ofrecer tratamiento a pacientes con enfermedades mentales.

¿Adivinas de qué modo? ¿Te gustaría saber cómo funcionaba la llamada «silla tranquilizadora»? Te lo explicamos a continuación.

La inquietante y terrible silla tranquilizadora EXISTIÓ

Empezaremos situándonos en una época y en un momento en concreto dentro del campo de la medicina y en especial de la psiquiatría. Estamos en unos días donde las purgas y las sangrías se consideraban técnicas terapéuticas y efectivas para dar respuesta a muchas dolencias.

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A pesar de estas prácticas que a día de hoy nos parecen poco más que sádicas, hemos de entender que todo inicio tiene unas bases, unos peldaños que superar y que dejar atrás. Es muy posible que muchas de las técnicas médicas y psiquiátricas de las que hacemos uso a día de hoy, en un futuro no muy lejano nos parezcan arcaicas e incomprensibles.

Benjamin Trush asentó nuevas orientaciones en el campo del tratamiento de las enfermedades mentales que se consideran claves: prohibió la entrada de curiosos a los hospitales mentales (algo habitual en esta época), aisló en pabellones a los enfermos más graves y violentos, y además, les propició ocupaciones, terapias y la oportunidad de sentirse útiles, aunque fuera realizando tareas manuales.

El padre de la psiquiatría americana también dio a la ciencia de la época artilugios algo controvertidos con los cuales, poder calmar a los enfermos más agresivos. Su técnica era sencilla y seguía unos pasos básicos: ante un comportamiento incontrolable, se procedía al sangrado. Si debilitar al paciente no funcionaba, aplicaba una purga con mercurio. Ahora bien, si la reacción del enfermo seguía siendo desadaptativa y no se ajustaba al programa clínico y a las normas del hospital, el doctor Trush diseñó la llamada «silla tranquilizadora», y funcionaba del siguiente modo:

  • El paciente era sujeto de cabeza, manos y pies.
  • Disponía de un pequeño cubilete donde poder hacer sus necesidades sin tener que levantarse. Al fin y al cabo, esta «terapia» se podía alargar durante varios días.

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  • Las ataduras de manos, pies y cabeza se oprimían cada cierto tiempo con una alta intensidad para impedir la correcta circulación de la sangre.
  • La cabeza del paciente quedaba tapada por completo. De este modo, se limitaba su contacto visual y sensorial. Cada pocas horas, se le aplicaba un chorro de agua fría, mangueras a presión para darles la sensación de «ahogo» y de sentir la muerte cerca. A día de hoy, este tipo de técnica es una tortura muy utilizada por diversas potencias y organismos militares.
  • Para Trush, el origen de muchas enfermedades mentales tenía como origen una sobreestimulación. Si a la persona se le aislaba cada poco tiempo a través de esta silla donde no podía ver, y donde se controlaba (aparentemente) su circulación sanguínea, y se le «calmaba» con baños de agua fría, el enfermo podría mostrar un comportamiento más adaptativo y tranquilo.
  • Además, el miedo y la intimidación eran también dos armas de control para pacientes con demencias, alucinaciones y comportamientos violentos.

Terrible, no hay duda.

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A día de hoy, la «silla tranquilizadora» aparece en muchos museos de medicina, y nos hace recordar un pasado inquietante del cual, vamos saliendo poco a poco. Afortunadamente muchas de estas técnicas quedaron en desuso a lo largo del siglo XX, momento en el que fueron ya introduciéndose los fármacos.

Si son o no la respuesta a las enfermedades de la mente es algo que el futuro dirá; de momento, y si lo deseas, te invitamos a leer un nuevo artículo: el enigma de la piedra de la locura.