En 2016 se cumplirán sesenta años de la filmación de una película que podría considerarse como el último ataque macabramente exitoso del conquistador Gengis Kan: El Conquistador de Mongolia (The Conqueror, 1956), protagonizada por John Wayne y producida por el célebre multimillonario Howard Hughes. Este filme es considerado como una de las peores realizaciones de los años cincuenta y fue también un fracaso económico, que contribuyó con el hundimiento de la compañía RKO Pictures, pero su paso a la posteridad se ha debido a razones más siniestras y radiactivas.
Una locación llena de malos presagios
El guionista de la película, Oscar Millard, hubiera querido realizarla en locaciones originales, pero la guerra de Corea estaba muy reciente y las relaciones con China, Mongolia y la URSS estaban más cerca de una guerra nuclear con EE.UU. que del establecimiento de embajadas o intercambios culturales.
Para la filmación se escogió el desierto de Escalante en Utah y desde el comienzo confrontaron una serie de obstáculos que debieron haber sido tomados como malos presagios: temperaturas superiores a los cuarenta grados, una crecida imprevista en un río seco, el ataque de un felino salvaje no previsto en el libreto a la coprotagonista, Susan Hayward, y una visión que debió haberles indicado que algo extraño sucedía: durante varias noche notaron que las arenas del desierto tenían un leve brillo, casi fantasmal.
A pesar de esto, para concluir la película en estudios de Hollywood, los productores decidieron llevarse sesenta toneladas de esta arena a California.
Un vecino siniestro y nuclear
Los actores, técnicos y demás trabajadores de la producción no ignoraban que se encontraban en el área de influencia o afectación de las pruebas nucleares a cielo abierto que se realizaban en el vecino estado de Nevada, en las llanuras de Yucca, apenas a doscientos kilómetros de St. George, donde se alojaba el equipo de filmación de El Conquistador. Lo que entonces sí era poco conocido era la relación directa de altos niveles de radiación con el afloramiento de diversos tipos de cáncer mortal.
Una maldición de película
Menos de nueve meses después del estreno de la película, el 22 de febrero de 1956, el compositor de la música del filme, Victor Young, murió de un tumor cerebral; en el 63 muere Dick Powell, a causa de un linfoma, y ese mismo año se suicida de un disparo el actor Pedro Armendáriz, al saber que tenía un cáncer del riñón terminal. Seguirán otros técnicos y actores, entre ellos, Susan Hayward, en 1975, con apenas 56 años, y John Wayne en 1979, con 72.
De las 220 personas que participaron en el rodaje 91 sufrieron algún tipo de cáncer y, para 1986, 46 habían muerto. Aunque por mucho tiempo el gobierno estadounidense negó alguna relación entre estas muertes y las pruebas nucleares, las estadísticas parecen indicar lo contrario.
En Estados Unidos, en un grupo de 220 personas el promedio de afectados por cáncer en los años cincuenta sería de alrededor de 30, una cifra muy inferior a la antes mencionada, que además podría quedarse corta, pues se ha hablado de 150 afectados por los efectos de un arma devastadora que hubiera encantado a Gengis Kan, aunque no le hubiera gustado la película.
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