En la época victoriana, hubo unos años en que fue habitual fotografiar a los familiares queridos que acababan de fallecer. Los retratos nos mostraban a personas sin vida dispuestas en escenas cotidianas: niños dormidos en compañía de sus muñecas o de sus hermanos, madres con sus hijos en brazos, jóvenes sentadas en una silla junto a los suyos…

Ver todas esas imágenes ahora nos llena de impacto e incomprensión. Nos es difícil comprender qué finalidad podría tener aquello. En nuestra actualidad y en muchos países, la muerte es algo que nos asusta y que tratamos de un modo casi aséptico. Cuando muere un familiar es la empresa funeraria quien lleva a cabo todos esos rituales. Traslada al cuerpo, lo viste y lo adecenta para instalarlo en un tanatorio donde los allegados, lo visitan antes de ser llevado al cementerio. Apenas hay contacto con la persona fallecida, establecemos una distancia física con el cuerpo mientras iniciamos un duelo emocional.

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En la época victoriana sin embargo, fotografiar a la persona fallecida era parte íntima del ritual de despedida y el inicio del duelo.

Las fotografías post-mortem para inmortalizar el recuerdo de la muerte

La muerte es ese enemigo sagaz que nos roba a los nuestros. Suele hacerlo sin piedad, sin concesiones y hasta sin permitirnos una adecuada despedida. En la época victoriana, las pérdidas eran algo habitual, sobretodo en esa población infantil donde muchas enfermedades, ahora erradicadas, solían llevarse muy frecuentemente a criaturas, que ahora trataríamos y posiblemente sanaríamos con relativa facilidad.

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Quizá por ello la mayoría de fotografías post-mortem que se conservan son esas donde bebés o criaturas muy pequeñas, parecen descansar en un tranquilo sueño rodeados de los suyos, de sus padres, hermanos o incluso con sus juguetes. Visto desde la actualidad, es algo que nos llena de impacto e incomodidad. Advertimos, por ejemplo, la sincera tristeza de las madres sujetando a sus niños, el sufrimiento estaba ahí a pesar de «esa aparente y engañosa normalidad», no hay duda, y ello quedó bien impreso en el objetivo de aquellas viejas cámaras.

Los cuerpos eran vestidos y sujetados adecuadamente para que pudieran adquirir una imagen de relativa tranquilidad. A veces, incluso se les amarraban a las sillas mediante alambres para que mantuvieran la cabeza firme, lo que fuera para que los familiares pudieran disponer de ese recuerdo de la persona querida que acaban de perder, suavizando a su vez el aspecto tétrico de la pérdida.

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Si curiosa era esta costumbre curiosos eran también los fotógrafos que llevaban a cabo estas funciones. Su trabajo era muy cotizado, hemos de pensar que el profesional debía trasladarse al domicilio y crear toda una escena donde el cuerpo, pudiera integrarse en una imagen de dulce cotidianidad. Un recuerdo que los padres, esposos u otros allegados, pudieran conservar en su memoria y en sus mesillas de noche con tranquilidad y sosiego. Debían pues arreglar al cadáver, diseñar una escena donde integrar normalmente a una madre o a los hermanos pequeños… Entendemos que no debía ser fácil, de ahí que sus honorarios fueran a su vez bastante altos.

El modo en que se publicitaban también nos llama la atención. ¿Un ejemplo? Aquí tienes un par: «Se retratan cadáveres a domicilio a precios acomodados», o «Artísta fotogénico llegado de París, retrata a los difuntos como cuadros al óleo». El tipo de fotografía que más solían demandar era una puesta en escena familiar: el fallecido junta a toda la familia, mascotas incluidas. Se intentaba así, que la desgracia, la pérdida, se atenuara con el calor y el afecto familiar, un modo entrañable de dar testimonio del adiós a esa persona, una despedida que de algún modo, les permitía afrontar el duelo con más facilidad.

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Sea como sea, las fotografías post-mortem de la época victoriana nos siguen asustando. Quizá porque el miedo a la muerte y el rostro del fallecido, es aún una inquietud atávica que no podemos afrontar. Aún así, no dejamos de reconocer ese cariño impreso donde se aprecia la cercanía y el amor de los familiares, hacia esos cuerpos sin vida de quienes han de despedirse para siempre.

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