Seguramente habrás escuchado hablar de las recientes matanzas de elefantes en África para quitarles los colmillos. Han sido auténticas masacres obra de los cazadores furtivos, de las que nos ocuparemos hoy en Supercurioso.
La sangrienta caza del marfil
La caza furtiva es aquella que se hace ilegalmente, por lo general a especies en peligro de extinción o en zonas donde sencillamente no se puede por sus características ambientales y naturales. En el caso de la caza del marfil, desde 1989 existe la prohibición expresa de cazar elefantes africanos para proteger a estos espléndidos animales (los mamíferos terrestres más grandes), que se han visto amenazados a tal punto que algunos ecologistas calculan que, si no se toman medidas drásticas para frenar el contrabando de marfil, la población de paquidermos será historia en cuestión de pocos años. En la década de los 80, los cazadores acabaron con más de la mitad de los elefantes africanos.
¿Y qué es lo que pasa? ¿Por qué es tan valioso el marfil, quién lo compra? Como en el caso de numerosas especies, como el pangolín, el principal mercado es el asiático, sobre todo China y Japón. Pero por supuesto que siempre ha sido utilizado, desde los antiguos tiempos hebreos, egipcios y grecorromanos: Fidias hizo sus gigantescas estatuas de Atenea y Zeus (de 12 y 19 metros) con este material; Salomón, según la Biblia, se sentaba en un trono de marfil incrustado en oro; los egipcios lo utilizaban como adorno en salas y templos. El templo de Santa Sofía en Estambul, hoy convertido en mezquita, tenía bajorrelieves en las puertas. Sí, el marfil fue y es un material extraordinario para elaborar adornos, muebles y toda clase de objetos. No olvidemos que antes de la invención del plástico, las teclas de los pianos eran de marfil, las mujeres de las clases acomodadas se peinaban el cabello con cepillos y peines hechos de este hueso y los señores se apoyaban en bastones cuyos puños podían ser imaginativas formas hechas también de marfil.
El problema, el verdadero problema, es que el mercado ha crecido de manera apabullante, y las exigencias de marfil son cada vez más grandes. Para que te des una idea, en 2014 fueron asesinados 35.000 ejemplares de hermosos elefantes en África para quitarles los colmillos… porque, ¿sabes cuánto cuesta un kilo de este “oro blanco”, como lo llaman los coleccionistas? Para abril del 2015, un kilogramo superaba los 1.000 dólares, y de un buen elefante se pueden sacar de 8 a 10.000 billetes verdes, cantidad nada despreciable.
Por eso, los cazadores furtivos están muy bien armados, preparados y dispuestos a todo. A tanto, que incluso han matado a los guardas de los parques, en Camerún, Kenia, Uganda, Tanzania y otros países africanos. Los gobiernos de estas naciones están tratando de frenar esta actividad ilegal pero sencillamente los esfuerzos no son suficientes. Por su parte, Camerún implementó el entrenamiento militar de sus guardaparques, extendiendo el tiempo de preparación de 45 a 120 días.
En Kenia la situación es bastante distinta. Los guardas arriesgan sus vidas, y las pierden, por proteger a los animales. Para Philip Muruthi, director de la Fundación para la Protección de Vida Salvaje en África, es una cuestión de sabotaje:
“Mientras este comercio enriquece a unos pocos criminales, priva a los países de los miles de millones de dólares que genera el turismo ecológico”.
En Kenia, el turismo representa el 20% del producto interno bruto del país, y los elefantes constituyen una de las principales atracciones; atracción que rápidamente desaparece. Cada cierto tiempo, pocos días, se encuentran áreas escondidas donde puedes ver 15, 30, 50 o más elefantes muertos, con los rostros mutilados y sin sus valiosos colmillos.
Aparentemente, Nigeria es el país donde se concentra su comercialización, y recibe los colmillos procedentes de los países de la región. En 2015 se realizó una inspección en el centro comercial Lekki, en Lagos, y hallaron más de 14.000 piezas, pero en 2003, en una misión similar, sólo encontraron 4.000, lo que indica el incremento brutal de este mercado.
También hay que acotar que el problema tiene varios ángulos: los habitantes de las zonas cercanas a donde se encuentran los elefantes, a menudo se ven afectados porque los animales pasan por sus casas y siembras, destrozando todo a su paso, e incluso ha habido muertes de personas. Así, hartos de los elefantes, se vuelven cómplices de los cazadores, los protegen y encubren, generando toda una red a veces imposible de rastrear.
Organizaciones de protección ambiental y de la vida salvaje han tratado de ofrecer soluciones a los estados africanos, como por ejemplo, incluir a estos habitantes en el mercado turístico, y evitar la propaganda, la compraventa y la exposición de los objetos de marfil, así como mayores niveles de vigilancia en aeropuertos y fronteras para capturar a los contrabandistas y aumentar las sanciones contra estos criminales.
Pero una de las principales cosas no se ha hecho: concienciar al mercado consumidor del peligro que corre esta especie y de la interrelación de los elefantes con el ecosistema: ellos limpian la maleza y abren caminos para otros animales, excavan para encontrar agua en tiempos de sequía y transportan semillas de los árboles de que se alimentan.
El marfil sólo debe estar en la boca de los elefantes. De lo contrario, terminarán extinguiéndose y ya sólo serán un recuerdo que podrás ver en museos. Consulta nuestro reciente artículo, El hombre que mató 40.000 elefantes por equivocación.