Todos albergamos un poco de maldad en nuestro interior, pero en ciertos individuos no hay más que una densa oscuridad en sus almas. Para sopesarlo, a lo largo y ancho de la historia se han registrado millares de actos, de una naturaleza tan bestial, que nos conduce a pensar que a algunos humanos les compone un ADN especial… consumado en el mismísimo averno.
Seguro has escuchado alguna vez, entre tantos relatos espantosos, sobre la condesa sangrienta Elizabeth Bathory, que asesinó con todo el sadismo que la caracterizaba a un número catastrófico de jovencitas y se bañó con su sangre para “rejuvenecer”, por lo que es considerada una vampira real. Como lo es también Magdalena Solís, una mujer infernal que iguala a Bathory en vileza y que conocerás a continuación…
La sanguinaria vampira REAL mexicana
“La Gran Sacerdotisa de la Sangre”, así apodaron a Magdalena Solís, una asesina en serie mexicana que, a medida que sumaba víctimas, se volvía más abominable en sus prácticas para infligir dolor hasta matar.
Magdalena nació entre 1933 ó 1945, en Tamaulipas, México, bajo el yugo de la pobreza y de una familia disfuncional. Quizá fue esto lo que la llevó a vender su cuerpo desde la niñez, con el respaldo de su hermano Eleazar Solís que le servía como proxeneta. Ambos abandonaron al mismo tiempo el mundo de la prostitución para unirse a la secta Santos y Cayetano Hernández, en 1963. Un cambio de rumbo que significó la maldición para los habitantes de un pueblo aislado.
Los hermanos Santos y Cayetano eran un par de delincuentes y estafadores que llegaron a una pequeña comunidad rezagada al norte de México, conocida como Yerba Buena, para vender con eficiencia una mentira que atraería a los pueblerinos hasta convertirlos en súbditos, prestos a generarles ganancias usando artilugios religiosos. Los hombres de poca monta lograron ser reconocidos por ellos como profetas y altos sacerdotes designados, supuestamente, por los dioses Incas, aunque no se tratase de una creencia autóctona.
La promesa de compartir los presuntos tesoros ocultos en las cuevas de las montañas que bordeaban al pueblecito, a cambio de ser adorados y diezmados, hizo de la secta un negocio rentable para estos criminales y también lo parecía para los creyentes. Pues llegaron a servir de esclavos sexuales, participando en orgías aberrantes, para que las deidades Incas les otorgaran bonanzas.
Pero pronto los habitantes comenzaron a desesperarse al no recibir los beneficios prometidos. Fue entonces cuando la dupla de criminales reclutó a Magdalena y Eleazar, durante un viaje que realizaron a Monterrey en busca de prostitutas, para preparar una cuartada que evitara el desmantelamiento de la gran estafa.
Los hermanos presentaron a Magdalena en Yerba Buena como la reencarnación de la diosa Azteca Coatlicue, sin siquiera anticipar que este falso rol provocaría en ella una espantosísima psicosis teológica, que le hizo tomar el liderazgo religioso y, con ello, desencadenar una de las matanzas más grotescas de las que el ser humano haya podido documentarse.
Sus delirios de grandeza, en combinación con su acentuada perversión sexual, le hicieron aburrirse de los simples rituales con orgías para trascender a los sacrificios humanos, estimulada, luego de orquestar sus dos primeros asesinatos que se produjeron linchando a fieles que se opusieron a la toma de posesión de la Gran Sacerdotisa de la Sangre. La imposición de su autoridad dentro de la secta despertó en ella un apetito voraz de muerte, por lo que sus actos religiosos fueron más perversos que los de sus antecesores.
Las matanzas se producían mayormente entre desertores. No había forma de que pudieran librarse de la secta, a no ser que fueran maniatados, golpeados brutalmente, cortados y quemados por todos los miembros del culto. Incluso llegaron a extirpar sus corazones mientras se encontraban con vida. Como si no bastara tanta brutalidad, Magdalena ordenaba hacerlos sangrar hasta morir para consumir todo el fluido en una copa, como una vampira real. Pues como la mitología Azteca manifiesta: la sangre es el único alimento decente para los dioses, ya que preserva su inmortalidad.
La matanza duró seis semanas seguidas, sin que nadie sospechara sobre lo que ocurría en el interior de la cueva donde cursaban los sacrificios. Hasta que en mayo de 1963, Sebastián Guerrero, un niño de 14 años, sigilosamente presenció uno de los rituales y los denunció en la estación policial más cercana.
El investigador Luis Martínez se tomó seriamente el testimonio y se dirigió con el pequeño al lugar donde presenció el festín sangriento. A partir de ese momento nadie los volvió a ver con vida. Sin embargo, la desaparición del chico y del oficial dio paso a que las autoridades locales, junto a la armada, dieran con el paradero y posteriormente arrestaran a Magdalena y Eleazar.
Santos Hernández recibió un disparo letal por resistirse al arresto y su hermano Cayetano Hernández había sido asesinado tiempo antes por Jesús Rubio, un integrante de la secta que esperaba ser alto sacerdote.
En la escena del crimen hallaron los cuerpos desmembrados de Guerrero y Martínez, y los de seis personas más en lugares aledaños a la cueva. Con la crueldad de Magdalena, la vampira real mexicana, la suma de homicidios seguramente apuntaría a la estratósfera de no ser por el pequeño héroe Sebastían Guerrero, que condenó su sadismo Aunque, tristemente, tal acto de valentía le costó la vida.
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