La Malinche, símbolo de traición para los mexicanos, es una figura con muchas aristas, no tan fácil de adjetivar.
¿La traición de la Malinche? Tal vez no
La Malinche es un tema espinoso, que aún hoy escuece. Fue hija de un cacique, señor del pueblo llamado Painala, y su madre “una señora de vasallos y Estados”, según el historiador Gómez de Orozco. Pertenecía a la clase acomodada de la sociedad mexica. Su nombre, Malinalli, se lo debió a la diosa de la hierba, y al crecer le dieron otro, Tenépatl, que en lengua náhuatl quiere decir “quien habla vivamente”. Nació entre 1496 y 1500, tal vez cerca de la antigua capital olmeca, Coatzacoalcos, lo que es actualmente la región de Veracruz.
Podemos imaginarnos que Malinalli, o Malintzin, como también la llamaban, vivió feliz durante su infancia, pero todo acabó a la muerte de su padre y al nuevo matrimonio de su madre, quien quedó nuevamente embarazada de su segundo marido. En esta situación, Malinalli fue inconveniente, por lo que el padrastro y su madre decidieron venderla a un grupo de Xicalango, traficantes de esclavos, al sureste de México.
Luego de una guerra entre los mayas de Potonchán y los mexicas de Xicalango, Malinalli fue entregada como tributo al cacique maya de Tabasco, y gracias a su extremada juventud aprendió el maya tan bien como el náhuatl materno.
En aquellas sociedades las mujeres eran objetos de intercambio, de trueque, un valor con el que se pagaba. Así llegó el día en que conoció a Hernán Cortés, el conquistador español que llegó a las costas mexicanas de Tabasco y derrotó a los locales en la batalla de Centla.
Junto con otras 19 chicas, Malintzin fue entregada como regalo, un juego de mantas y diversas piezas de oro. Naturalmente, el conquistador exigió el bautizo de las jóvenes, seguramente por la ley castellana que permitía el concubinato entre solteros y cristianos, y al día siguiente, la Malinche se convirtió en Marina; luego del bautizo, Cortés repartió a “las primeras cristianas” entre su contingente de capitanes…
A Marina le tocó un pariente lejano de Cortés, Alonso Hernández Portocarrero. Entre tanto, se embarcaron a San Juan de Ulúa, adonde llegaron los embajadores de Moctezuma para averiguar sus intenciones. A bordo se encontraba Jerónimo de Aguilar, un ex prisionero de los mayas que servía de intérprete, pero no entendía este otro idioma, el náhuatl. La sorpresa invadió a todos cuando descubrieron que una de las chicas, Marina, lo hablaba con fluidez.
A partir de este momento, la Malinche serviría de intérprete a través de Jerónimo, hasta que aprendió a hablar español; cuando lo hizo, ella y Cortés se hicieron inseparables. La Malinche tenía 19 años, y era hermosa. Cortés decía de ella que era “su lengua”, y le pidió que fuera “fiel intérprete, y le daría grandes mercedes y la casaría y le daría libertad”. Pero la verdad, Cortés no demoró mucho en hacerla su amante, y despachó a Portocarrero a España con una carta al rey.
Tuvieron una relación tan estrecha que los mexicas los llamaban a ambos indistintamente Malinche, siendo su papel crucial en la conquista de México. Por ejemplo, brindó sus conocimientos sobre las costumbres sociales y militares de su pueblo, y también llevó a cabo misiones de inteligencia y diplomacia.
Malintzin lo salvó de un complot en Cholula y fue indispensable para obtener el apoyo masivo de los otros pueblos sometidos por los aztecas, el enemigo común. Luego de la caída de Tenochtitlán, en 1521, y de que naciera su hijo Martín en 1522, Cortés se instaló con ella en Coyoacán, una región próxima a la capital azteca. Pero la esposa del conquistador llegó procedente de Cuba y éste no tuvo más remedio que casarla con el hidalgo Juan Jaramillo, procurador en el ayuntamiento de Ciudad de México.
Esto significó a los ojos de Cortés cumplir con su promesa de libertad, y además le otorgó las encomiendas de Huilotlán y Tetiquipac dándole una muy buena posición social. Tan importante fue la Malinche que los códices aztecas, sobre todo el Lienzo de Tlaxcala, la muestran al lado de Cortés, y a veces aparece ella sola. El cronista Bernal Díaz del Castillo escribe de ella: “Sin la ayuda de doña Marina no hubiéramos entendido los idiomas de la Nueva España y de México”. No se sabe con certeza cuándo murió.
Por esta razón la Malinche es acusada de traición, por haber expuesto y entregado a su propio pueblo a gente extraña que lo sometió y colonizó. En la década de los 40 del siglo pasado, la izquierda acuñó el término malinchismo para referirse de forma despectiva a quienes prefieren un estilo de vida distinto al local y dan la espalda a las propias tradiciones.
Pero la Malinche, mujer que fue vendida como esclava y sirvió de regalo para los ganadores, quizá no tuvo muchas razones para sentir lealtad hacia los suyos. Tal vez por eso en las últimas décadas las feministas mexicanas han reivindicado a la Malinche, quitándole el mote de «traidora» para ponerla en perspectiva.
En todo caso, quedan allí los mitos y leyendas, como la Llorona, y su figura arquetipal que recorre los caminos mexicanos, de antes y de ahora, como la fundadora de México y de una nueva raza. Lee ahora la increíble historia de Cabeza de Vaca, de conquistador a chamán.
Imágenes: Bancroft Library, Wikipedia