Con frecuencia escuchamos hablar del dilema entre la espada y la pluma, entre una vida sedentaria, dedicada al estudio, y una vida aventurera, llena de peligros y enfrentamientos violentos. Para los hombres del siglo XVI se trataba de un falso dilema, pues ambas vidas fácilmente se enhebraban en una, como fue el caso de Miguel de Cervantes –el manco de Lepanto–, o de Gómez Suárez de Figueroa, mejor conocido como el Inca Garcilaso de la Vega.
Familias nobles de ambos mundos
Hijo de un capitán español y de una princesa inca, Gómez Suárez nació en Cusco (Perú), en 1539. Descendía por parte de la madre de la familia real inca (era nieta del emperador Tupac Inca Yupanqui, sobrina de Huayna Capac, y de Huascar y Atahualpa, que luchaban por el trono de Tahuantinsuyu, como llamaban los quechuas a su imperio), y por parte del padre estaba emparentado con el marqués de Santillana y con el poeta Garcilaso de la Vega (por eso su padre se llamaba Sebastián Garcilaso de la Vega).
Pero estos antecedentes no evitaron que la infancia y la adolescencia de Gómez Suárez transcurriese en medio de violencias y peligros, debido a las guerras entre los conquistadores españoles y entre éstos y el estado español, en las que el padre del Inca se vio obligado a participar y que hicieron que cañonearan su casa, y que en una ocasión el hijo tuviese que ayudar al padre a escapar de sus perseguidores por los tejados.
Aunque el padre del Inca eventualmente se casó con una española y no le dio su apellido, veló por él y al morir le dejó herencia suficiente para plantearse emigrar a España.
España y la espada
A los veintiún años emprendió un viaje que no era fácil entonces: navegó hasta Panamá y estuvo a punto de naufragar en el Pacífico. Atravesó el istmo en asno y llegó a Cartagena de Indias, desde donde embarcó hasta La Habana. De Cuba partió a las Azores, donde le salvó la vida un marinero portugués y, finalmente, llegó a Lisboa, de donde se dirigió a Extremadura para presentarse ante familiares que allí tenía.
A todas éstas, nuestro héroe continuaba llamándose Gómez Suárez y, después de ver frustrados sus deseos de ver reconocidas por la corona algunos derechos que se le debían a su padre, tomó la carrera militar. Fue entonces cuando tomó el nombre de su padre, Garcilaso de la Vega, y llegó a luchar con el rango de capitán en la represión del último levantamiento musulmán de Granada, la Rebelión de las Alpujarras, campaña dirigida por don Juan de Austria en 1569.
España y la pluma
Pero al igual que Cervantes, el Inca Garcilaso no iba a llegar a la inmortalidad por la vía de las armas, sino a través de las letras, y de la recuperación de sus recuerdos de los primeros años en el Perú. En 1609 publica en Lisboa la primera parte de los Comentarios Reales de los Incas. No era su primera obra, pero será la que lo hará trascender.
Considerada como la primera obra literaria verdaderamente latinoamericana, hizo también que al Inca Garcilaso se le haya calificado de “primer mestizo de personalidad y ascendencia universales que parió América” y “Príncipe de los poetas del Nuevo Mundo”.
Regreso póstumo
Garcilaso nunca volvió al Perú, vivió sus últimos años en Córdoba, donde murió en 1616, siendo enterrado en la Catedral de esta ciudad.
Sin embargo, en 1978 parte de sus cenizas regresaron al Nuevo Mundo de la mano del rey Juan Carlos de Borbón, y hoy reposan en la Catedral de Cusco, su ciudad natal.
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