Antoine-Laurent de Lavoisier y su esposa, Marie-Anne Pierrette Paulze, son considerados los fundadores de la química moderna. En un siglo, el XVIII, en el que Francia produjo grandes inteligencias y genios extraordinarios, Lavoisier jugó un papel de primer orden, hasta que un oficio secundario le hizo perder la cabeza.

Ésta es la historia de Lavoisier y la revolución.

Lavoisier y la Revolución que no necesitaba sabios

Nacido en París el 26 de agosto de 1743, Antoine destacó desde joven en el estudio de las ciencias naturales, aunque también, presionado por el padre, se vio obligado a estudiar Derecho. A los 28 años se casó con Marie-Anne Pierrette, cuya familia tenía una concesión del Reino de Francia para el cobro de impuestos, actividad en la que Lavoisier participó para su futura desgracia.

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Con su esposa

Marie-Anne mostró su legítimo interés por la ciencia al estar de acuerdo con Antoine en usar la dote para montar un moderno laboratorio y establecer contacto con otros científicos europeos. La pasión por el conocimiento y su inteligencia llevaron a Lavoisier a ocuparse de temas tan variados como el sistema monetario, la combustión de los elementos, la respiración, la fabricación de pólvora o el sistema de pesos y medidas.

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El laboratorio de Lavoisier

Descubrió el papel del oxígeno en la oxidación de los metales, en la combustión, en la respiración de animales y plantas y en la composición del agua; de sus estudios sobre la combustión surgió su descubrimiento del primer principio de la termodinámica, la Ley de la Conservación de la Energía (de donde proviene la frase famosa: “nada se pierde, todo se transforma”); y esbozó lo que sería la primera tabla científica de los elementos.

Por su trabajo fue incorporado como miembro a la Academia de Ciencias en 1768, en 1777 publica sus Memorias sobre la combustión y en 1789 su Tratado elemental de química. 1789 es el año de la Revolución Francesa.

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Su relación con la Ferme Gènérale, el organismo privado de recaudación de impuestos, lo convirtió en blanco de Marat, y al comenzar el período de terror, en 1793,  fue enjuiciado y en pocas horas condenado a morir en la guillotina. Numerosas figuras importantes trataron de interceder por su vida, pero sólo lograron obtener del presidente del tribunal una frase que se ha hecho famosa:

“La República no precisa ni científicos ni químicos, no se puede detener la acción de la justicia”.

Antoine-Laurent de Lavoisier tenía apenas 50 años al ser guillotinado. Sobre este acto dijo el matemático, físico y astrónomo Joseph Louis Lagrange: “Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar”.

Increíble que se haya despreciado a una inteligencia como la suya, pero desgraciadamente para la humanidad, no fue ni será el único caso. Lo verdaderamente revolucionario sería aceptar la sabiduría y la cultura, ¿estás de acuerdo?

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